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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Ese modelo llamado Yachay

07 de agosto de 2015 - 00:00

El culebrón de Yachay está caliente. Y no es para menos. Con cada declaración, investigación y auditoría, ya sea para defender, atacar o informar sobre la universidad, la cosa se pone peor. Las versiones sobre el manejo son tantas como contradictorias, parcializadas y miopes, pero ese es el país.  

No puedo hablar sobre la gestión, ni el manejo ni las irregularidades (o no) de la joya de la corona del Gobierno Nacional. Es imposible hacerlo. No con la cantidad de ruido en la información. (Lo que sí diré es que la gestión por Skype es un despilfarro de recursos, y no pocos, por los cuales tienen que responder. Dicho esto, que un educador gane más que un político es un paso en la dirección adecuada). Si puedo hablar es sobre el modelo y la filosofía de donde nace Yachay. Y lo puedo hacer de la boca de sus gestores (los actuales).

En parte, lo que tanto se cuestiona y, a la vez, se trata de defender de Yachay es el reflejo de un modelo poco revolucionario. Lo diré, aunque cause estreñimiento mental por su lugar común, que es un modelo que no ha logrado salir del patrón neocolonial de la academia y la generación del conocimiento. Es un modelo que no cuestiona las bases de un campo guiado por corporaciones, enfocado en la generación de utilidades, a través de alineamiento ideológico a la matriz occidental, liberal y de mercado.

Es decir, desde los estándares y los objetivos de Yachay, la misión principal es competir en el mercado de la academia mundial. Es la meta, el non plus ultra, parecernos a Stanford, publicar en revistas indexadas (en inglés) y alinearnos a un sistema de patentes que, no nos olvidemos, está dentro de la crítica al modelo neoliberal tradicional, y desde donde se creó la plataforma de la Revolución Ciudadana. La academia no es academia pura, sino un complejo conglomerado de política, economía y conocimiento. No hay investigación en nanotecnología para justicia e igualdad social; hay investigación en nanotecnología para patentarla, venderla y consumirla. Que las mentes detrás de la concepción y gestión de Yachay no sean capaces, o no quieran, entablar este debate y reconocer esta dinámica, es una muestra de una universidad que no será faro de la revolución, sino acólito del viejo orden.

Lo que se busca, todavía, es copiar el modelo. Publicar, patentar, corporizar. Es el modelo que ha llevado a invertir la investigación en agricultura industrial y no en agricultura alternativa. El modelo donde se investiga lo que las corporaciones estén dispuestas a financiar. El modelo donde se encuentra a los Noam Chomsky, a los David Harvey y a los Arturo Escobar, pero donde poder enumerarlos fácilmente también es un síntoma del sistema.

Entonces hay un patrón que se busca reproducir. Sin cuestionamiento. Sin crítica. Ser uno más en el mundo. Su innovación y progreso es una reproducción de lo que ya es, esa relación centro-periferia que tanto han cuestionado los PhD del Gobierno, pero que a la hora de gestionar, se olvidan. Nadie propone una revisión al modelo del peer-review, nadie propone una academia latinoamericana, un desarrollo a partir de nuestro conocimiento. Se olvidaron que el “injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas” era para todo, no solo para los discursos. (O)

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