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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Ese estado de guerra

03 de abril de 2015 - 00:00

A Charles Tilly se lo recuerda como aquel sociólogo cuyo trabajo conectaba la construcción del Estado con la formación de los movimientos sociales, y como aquel politólogo que analizó la importancia de la guerra en la creación del Estado (occidental y liberal) moderno. Son los dos Tillys, parte de un obra que se extiende por más de cinco décadas. Y a pesar de esto, nunca terminó de conectar estas dos vertientes de su contribución. “He escrito muchos libros sobre la guerra y sobre la creación del Estado, y otros más sobre política contenciosa: deja que alguien más los conecte”, fue su respuesta a Sidney Tarrow, quien sería uno de sus más destacados alumnos y con quien escribiría ampliamente sobre política contenciosa y movimientos sociales.

Precisamente fue Sidney Tarrow quien decidió intentarlo. Simplificando el argumento de Tilly, Tarrow propone la interconexión entre guerrear, crear un Estado, ciudadanía y contención. El esbozo del argumento es el siguiente: el Estado que necesita extraer recursos para la guerra, que construye estructuras estatales para recaudar estos recursos, que protege a los ciudadanos que proveen de estos recursos y que peleen estas guerras, luego distribuye estos recursos para dar origen al estado de bienestar moderno. Esta protección llevó a la creación y protección de los derechos ciudadanos. Los derechos permiten a los ciudadanos participar de políticas contenciosas (movilizaciones, protestas, etc.), que a su vez son alimentadas por la resistencia o la movilización para la guerra.

Es el mismo Tarrow que cuestiona esta conexión entre el Estado guerrerista y los derechos ciudadanos. Comienza por sugerir que EE.UU. es, efectivamente, un estado guerrerista. Un Estado que se ha visto envuelto en algún tipo de conflicto desde su fundación. Y mientras los conflictos difirieron en magnitud, esta acción militar prolongada y sostenida, esta ‘guerra sin fin’ penetró en la sociedad civil. Un Estado donde las libertades civiles han sido constantemente restringidas (desde la ‘cuasi-guerra’ con Francia a finales del siglo XIX que llevó a que se pase una ley que obligó a que huyeran los migrantes y que terminó con el encarcelamiento de congresistas, hasta la subversión del derecho a la protesta por parte del FBI durante la guerra de Vietnam). Una muestra de poder despótico. Pero esa no es toda la historia. Porque los últimos 14 años, EE.UU. ha participado en una guerra sin la necesidad de ejercer una represión fuerte.  

Utilizando el concepto de ‘poder infraestructural’ de Michael Mann, el poder que tienen las élites de penetrar y coordinar de manera centralizada las actividades de la sociedad civil a partir de su propia infraestructura, Tarrow explica cómo se han utilizado otros instrumentos para perpetuar el estado de guerra: el más importante, involucrar a la sociedad civil dándole responsabilidades en la guerra a través de la tercerización de actividades militares y de inteligencia a empresas privadas.

Fue precisamente en una de esas compañías que Edward Snowden estaba trabajando. Es un argumento fascinante, que genera más preguntas de las que responde (y los mejores argumentos suelen ser así). ¿Cómo encaro a un Estado cuya guerra es contra un concepto (las drogas, el terrorismo, etc.)? ¿Cómo critico al ‘gran complejo industrial-militar’ cuando soy partícipe activo de esta máquina de guerrear? ¿Cuál es, al fin, el en verdadero enemigo de este Estado que nace de la guerra y vive para la guerra? ¿Acaso importa? Parece que no… (O)

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