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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Esa otra 'bobería revolucionaria'

29 de junio de 2016 - 00:00

Después de la ‘X’ de Malcolm o la elección individual y soberana del nombre, el símbolo de la pantera negra es el más importante reconocimiento de la psicología combativa, del ánima política voluntariosa y de la estética apropiada de los movimientos de liberación de los pueblos afrodescendientes y africanos, pero también de otras organizaciones de parecido objetivo. Por ejemplo, el AVC (Alfaro Vive Carajo) o los Patria Libre ecuatorianos e incluso el ‘Sub’ Marcos emparentó la rebelión zapatista con el Black Panther. Bobby Seal y Huey P. Newton daban una explicación de la efigie: aquel animal no se acoquina ni se queda boquiabierto agobiado por la fatalidad o enfermo de manera irremediable por el fatalismo, al revés busca (y quizás encuentra) una salida. Algún día, en alguna esquina de América, a esa noble condición se la llamó cimarronismo. Y vinieron los adjetivos: político, estético, social, etc.

El racismo de antes y de ahora convierte cualquier asentamiento poblacional afroamericano en ghetto o sea en ‘un sistema de colonialismo interno’. El entrecomillado es de Martin Luther King, Jr. El pensamiento crítico afroamericano (y afroecuatoriano, por supuesto) trabaja para darle la vuelta a esa eternización de damnificación y opresión, porque es consustancial con la definición de ‘revolucionario’, mujer u hombre. El pastor King lo explicó así: “El objetivo del ghetto es confinar a los que no tienen poder y perpetuar esa falta de poder…”. Estos párrafos provienen del libro de Mumia Abu-Jamal, El partido Pantera Negra, editorial José Martí, p. 61.

Esas lecturas describen realidades en ciudades estadounidenses, brasileras, colombianas, ecuatorianas y de otros países americanos. Con variables de más o menos, según la efectividad de los procesos de las comunidades negras y las acciones gubernamentales, se interpreta el análisis de MLK, Jr.: “El ghetto es algo más que una colonia doméstica, mantiene a sus habitantes dominados políticamente, explotados económicamente, segregados y humillados en todos los aspectos”. Desde la guerra civil en Esmeraldas, 1913-1916 (para este jazzman fue una auténtica Revolución Negra) hasta la organización de los procesos comunitarios en el norte provincial y el Valle del Chota, pasando por acciones sociales en Guayaquil y Quito, la perspectiva y el propósito fundamental son emancipadores.

Esto no lo previó el marxismo a la carta. Por dentro de los proyectos revolucionarios en marcha (ciudadano, bolivariano o comunitario) hay diversidad de aspiraciones paralelas, complementarias, consecutivas y contradictorias (con alguna dirigencia racista o eurocéntrica). Es la cotidianidad del barrio y la parroquia, de los grupos sociales y de los pueblos y nacionalidades. El error de la conducción política revolucionaria es entendernos y pretender demostrarnos que somos ‘hermanos o compañeros menores’ o gente condigna de sentimentalismo político. ¡Tremenda e intolerable bobería! (O)

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