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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Esa libertad de expresión (o ‘Nietzsche’)

20 de febrero de 2015 - 00:00

El diario El Colombiano consideraba que Charlie Hebdo estaba “siempre amparada en la visión lúcida de la realidad del mundo”. Ellos eran Charlie. “Hay que enterrar las campañas religiosas del exterminio”. No se incluye en esta categoría aquella que extermina la crítica incómoda.

A comienzos de esta semana, Yohir Akerman publicó un artículo en El Colombiano sobre el derecho de parejas homosexuales a adoptar, criticando un informe de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana, donde se establece que los homosexuales son, por su comportamiento apartado de lo común, enfermos. Una nota al final de la columna indicaba: “Este diario promueve el debate desde el respeto y la argumentación. Consideramos que esta columna se aleja de estos principios. Para el autor, no publicarla implicaría su renuncia. La publicamos y aceptamos su renuncia”.

“Acallados todos por el fanatismo depredador que odia la razón, la lucidez y la libertad de expresión”. Esto también era por Charlie Hebdo. El papel lo aguanta todo, supongo. Pero ellos son su propio pequeño grupo extremista conservador. Un articulista que publica un párrafo de citas bíblicas no puede herir las susceptibilidades de estos altos defensores de la libertad de expresión; de aquellos que consideran un “ataque a la libertad de expresión” la tragedia de Charlie Hebdo, pero no consideran contradictorio censurar a un argumento, y su argumentador, que sostiene que citar a la Biblia para prohibir la adopción a parejas homosexuales es tan aberrado como llamarla, desde una Facultad de Medicina (de la Universidad de La Sabana), “una enfermedad”.

La columna de Yohir Akerman no llega a ser inflamatoria, si acaso algo menos que provocadora. Tampoco sus argumentos son demasiado convincentes. Pero no hay nada que traspase el esquema más conservador de los límites a la libertad de expresión. No blasfema, aunque tenga derecho a hacerlo. Escribe que “Dios estaba equivocado”, una versión harto light de Nietzsche (aunque hay mucho que decir sobre los hechos, las interpretaciones y la verdad como creación de la voluntad del poder). Critica una posición francamente absurda para haber sido concebida desde la academia.

En esta semana, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) calificó de “censura inquisidora” el ataque legal contra Bonil. No se ha pronunciado sobre la “censura inquisidora” (donde la extensión de la metáfora es incluso más acertada) de El Colombiano sobre Akerman. El Comité por la Protección de los Periodistas (CPJ) advirtió sobre las amenazas a la libertad de prensa por los ataques legales contra Bonil. No ha mostrado el mismo respaldo a Akerman.

Entonces la libertad de expresión y prensa tiene sus límites en ese otro poder, en el poder de los medios. Crean la verdad de lo que se defiende y de lo que se deja de defender. Se acusa al poder (lo cual es fundamental), pero solo al poder que los incomoda (lo cual es hipócrita). Y en la lucha dicotómica entre los poderes (cuando la hay, cuando es más que una colusión), nos olvidamos de que los altos intereses por ideales de libertad, como derecho fundamental para la igualdad, son una charada. El objetivo final de estas construcciones (retóricas, al final del día) de la prensa es la perpetuación del poder. La voluntad del poder que ha conquistado, y que no debe puede parar de conquistar.

Al final, Nietzsche la tenía clarísima.

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