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El Telégrafo
José Velásquez

“Es como tejer un suéter”

21 de septiembre de 2020 - 00:00

En 1992, mientras Donald Trump se declaraba en bancarrota por segunda vez y hacía planes matrimoniales con la actriz de turno, una jueza federal de apelaciones empezaba a convertirse en una figura de culto para las nuevas generaciones de abogados.

Ruth Bader Ginsburg estaba cerca de cumplir 60 años cuando dictó la conferencia “Hablando en voz judicial” en la Universidad de Nueva York. En ella criticaba el tono condescendiente en los juzgados y el lenguaje pomposo que se usa para descalificar a las personas con criterios opuestos. “Los jueces debemos tener una mente abierta y sin apegos”, y estar “pendientes de las limitaciones originadas por nuestras competencias y por las presunciones de nuestra estructura constitucional”, dijo en su exposición.

Era frontal, autocrítica y defensora del disentimiento argumentado. Se había formado en Harvard y en Columbia, de donde se graduó con altísimas calificaciones. Fue la primera profesora de derecho (a tiempo completo) de Columbia y durante una década asesoró legalmente a la Organización para la Defensa de las Libertades Civiles en Estados Unidos. Los cinco casos que ganó sobre discriminación de género ante la Corte Suprema formaron legislación.

Justamente en ese legendario discurso, Bader Ginsburg reprochó el actuar de la Corte Suprema por su sorprendente celeridad en unos casos y por su prudencia política en otros. Al año siguiente el magistrado Byron White se retiró y el presidente Bill Clinton la nominó para remplazarlo.

Embajadora de la igualdad, progresista y pionera, hizo historia al inclinar la balanza en favor de las causas migratorias, del matrimonio igualitario y del derecho al aborto. En el 2000 se opuso a la mayoría que detuvo el recuento de votos en Florida y que abrió paso a la elección de George W. Bush. Los jueces no deben limitarse a roles mecánicos sino aprovechar la sala para “contribuciones judiciales importantes y creativas”, sentenciaba.

Soportó el membrete de feminista como si fuera un calificativo peyorativo. Fue resistida por políticos y grupos conservadores pero su labor quijotesca inspiró a centenares (¿miles?) de juristas alrededor del planeta. Decía que armar un caso era un trabajo meticuloso, como tejer un suéter. Mientras escribo esta columna no puedo dejar de pensar en nuestras abogadas ecuatorianas valientes que no dan tregua en su defensa de los derechos civiles y que son descalificadas de manera abusiva y recurrente. Como decía una de sus más inspiradas frases: “no pido favores por mi sexo; solo pido a mis hermanos que nos quiten el pie del cuello". (O)




 









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