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El Telégrafo
Bernardo Sandoval Córdova

Entre el genocidio y la soberanía

22 de agosto de 2021 - 00:00

La soberanía es esa palabra que suena bien y que se interpreta como la necesidad de que los pueblos manejen su destino sin interferencia, de acuerdo con su voluntad, sin intervención de poderes económicos o políticos extranjeros.  Con mayor rigor académico: “la soberanía es la capacidad o derecho de regir las directrices políticas, administrativas y económicas de un determinado territorio. Por lo tanto, se considera como el poder más elevado en una sociedad” (Sánchez Galán, 2019).

Siendo así, no es extraño que la mayoría de las constituciones políticas de los Estados señalen que la soberanía resida en el pueblo, y sea ejercida, a través de la delegación del sufragio, por los poderes públicos. No obstante, en las relaciones entre las naciones, en el Derecho Internacional, la soberanía entraña la noción de independencia, el principio de autodeterminación, sin intromisiones foráneas que modifiquen el destino que los pueblos se han planteado. 

Frente a gravísimas realidades históricas, se impone reflexionar acaerca de la soberanía.

El horror Talibán que estamos reviviendo es motivo para esta reflexión. ¿Se debe acaso, sustentados en el respeto a la soberanía de Afganistán, ver impasibles, la toma del poder por un grupo religioso radical que vulnera abiertamente los derechos humanos?  Yo creo que no.

Cuando en Ruanda, entre abril y julio de 1994, tuvo lugar el genocidio de la etnia tutsi por parte de los hutu, la impavidez del mundo, Naciones Unidas y Estados Unidos fue notable.  La no intervención permitió la masacre de casi un millón de seres humanos. ¿Acaso el ejercicio del principio de no intervención puede estar sobre los derechos humanos de pueblos enteros?  Rotundamente, no.

El análisis y las disqusiciones, en el marco de la política internacional, que explican la situación actual de Afganistán y los Talibán, son abundantes y muestran las contradicciones que, en distintos tiempos, las grandes potencias generaron.  Baste recordar que Ronald Reagan armó y financió a los Talibán que combatían la invasión soviética y que, con el tiempo, fue este grupo religioso y guerrillero, fundamentalista religioso, un bastión del terrorismo anti occidental.  Sin embargo, al margen de los análisis académicos, lo cierto es que la situación en Afganistán revela un nuevo drama por venir, especialmente cuando la misoginia justificada en un supuesto mandato religioso perpetra una insolente violación a los derechos humanos.

¿Se puede hablar que en Afganistán la soberanía reside en el pueblo? ¿Se justifica la no intervención por defender el principio de la autodeterminación de los pueblos, aún cuando éstos están sojuzgados?

Meditemos.

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