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El Telégrafo
 Ricardo Hidalgo Ottolenghi

En torno a la libertad de cátedra

10 de agosto de 2022 - 13:24

Mucha tinta ha corrido en estos días a propósito del nuevo Reglamento de Educación Superior. Se ha hablado mucho de la autonomía universitaria y de paso, de la  “libertad de cátedra”.

Pero, ¿qué es la libertad de cátedra? Simple y llanamente el derecho a ejercer la docencia sin las limitaciones de las doctrinas establecidas. El término “libertad académica”, pregonado por la UNESCO, es más amplio y se refiere a la libertad de enseñar y llevar a cabo investigaciones para difundir sus resultados; libertad de expresar claramente la propia opinión sobre la institución y, libertad de participar en instituciones gremiales o académicas.

En la era de la sociedad del conocimiento, el significado de la libertad de cátedra debe ser revisado, entre otras cosas porque la educación superior se ha movido de la cátedra tradicional hacia el aprendizaje centrado en el estudiante y, de un énfasis en el conocimiento hacia el enfoque sobre resultados.

En la formación tradicional, los maestros se preocupaban por “enseñar” lo que ellos consideraban pertinente, de acuerdo con la autoridad de la experiencia. Apareció así el magister dixit (el conocimiento solo puede venir de los maestros, quienes eran los dueños de la verdad). De esta forma, la misión del maestro era “transmitir” sus conocimientos a los “alumnos” (las tazas vacías que hay que llenar).  Esto es una falacia, ya que no hay una realidad objetiva ni científica, hay una gran variedad de realidades… y verdades.

De ahí que, de ninguna manera bajo el pretexto de la libertad de cátedra, el docente puede “enseñar” a su libre albedrío. A la luz de los nuevos paradigmas educativos, en la actualidad, se otorga mayor importancia al perfil académico del futuro profesional en función de las competencias que debe adquirir. Este enfoque limita el ámbito de acción del docente o facilitador.

Al hablar de “competencia”, nos referimos a lo que el estudiante debe saber hacer y saber actuar entendiendo lo que hace, comprendiendo como actúa, asumiendo de manera responsable las implicaciones y consecuencias de las acciones realizadas. Las competencias propician que el estudiante gestione de forma autónoma sus propios aprendizajes y disponga de herramientas intelectuales, afectivas y prácticas para insertarse proactivamente en la sociedad y apoyar a la transformación de la misma.

Por otra parte, en el modelo conservador, no existe una visión de conjunto en cuanto a la planificación curricular, de ahí que las mallas curriculares están abarrotadas de “islas” de poder, pues cada docente, elabora el pensum de manera fraccionada. La actual planificación curricular, exige la participación multidisciplinaria y transdisciplinaria, tomando en cuenta el estado del arte de la profesión, las tendencias en educación superior y las necesidades de la sociedad, por lo que se torna imprescindible que la Universidad sea permeable y se  adapte a los nuevos requerimientos si no quiere verse convertida en una institución obsoleta que  no responde a las demandas sociales, ello exige una actitud comprometida de los docentes que han de aplicar estos cambios.

El rol del docente incluye el desarrollo de actitudes y valores en los estudiantes, para ello es imprescindible que dé ejemplo con su propio modelaje, siendo el primero en evidenciar un comportamiento adecuado en términos de puntualidad, respeto, preparación de los temas, ponderación, equilibrio y todo aquello que pretende conseguir en los estudiantes.

En resumen, es hora de cambiar el paradigma educativo desde un modelo basado en el conocimiento, a otro sustentado en la formación integral de los ciudadanos, para ello, ojalá pronto desaparezcan las cátedras como espacios de poder, y con ellas los catedráticos, últimos supervivientes de la educación napoleónica.

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