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El Telégrafo

En esto creo (I)

29 de junio de 2011 - 00:00

El título es un plagio a Carlos Fuentes. Y asumo que también al sentido de las confesiones, con un solo objetivo: afirmar categóricamente al ser humano que, alimentado del segundo líquido amniótico (el deseo y la lectura), participa de la vida en sus dimensiones más íntimas e intensas. La primera de ellas, sin recelo alguno, es la curiosidad: esa búsqueda casi ciega de algo inexplicable en cada una de las cosas y vivencias. He vagado mucho montado en la curiosidad para descubrir que no siempre las verdades son una sanación y menos la explicación a lo que ves o te cuentan. Reivindico mi fe en la curiosidad y en su amable complemento: la sorpresa.

La curiosidad obliga a abrir los ojos y a tener un oído potente. Garantiza estar callado y aprender de todo. Permite que con el olfato las alertas lleguen antes que las noticias y los voceros no sean sino parlantes de nuestras intuiciones. Para ser curioso no hace falta mucha preparación ni estudios superiores, solo un ansia cotidiana de no quedarse conforme con nada. Y hay que leer demasiado, que es lo que todavía me falta. La lectura advierte y convoca a los malos y buenos pensamientos para mirar por encima de lo evidente. Aviva los sueños y fantasías, que son también materia prima de otras curiosidades. Por eso releo a curiosos tímidos como don Quijote, un tal Shakespeare, el honorable Hans Christian Andersen o al genio Jorge Luis Borges, el mayor curioso contemporáneo.

Claro, curioseando se aprende y también se desaprende. Poco a poco uno descubre que el amor y el deseo por otra persona es más que un instinto: es un acto curioso para reconocerse como diferente desde la intimidad y a la vez ser uno solo en el abrazo y en la cópula. Y también uno desaprende que del amor no hay que esperar mucho, tan solo una enorme compañía para cuando la soledad es una obligación o una condición impuesta. Pero se aprende curioseando de las buenas personas que no te obligan a nada y con solo estar y observarlas conoces cómo se es amigo, hermano, padre o hijo. O de aquella llamada inesperada, de alguien aparentemente tan poderoso, para darte un abrazo cuando más desolado te hallas.

Creo ciegamente en la curiosidad como ese camino estrecho y rodeado de árboles por donde se llega a todas partes y a ninguna también. Curioseando a diario es más fácil sentirse incómodo y rebelde ante ciertas injusticias y defectos propios. O sea, no es un sendero hacia ninguna felicidad. Y como curiosos plenos podemos, luego, hablar del periodismo y de toda clase de revoluciones.

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