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El Telégrafo
Fausto Segovia Baus

Elogio de la cordura

29 de enero de 2020 - 00:00

Erasmo de Rotterdam, humanista insigne, escritor y erudito holandés (1468-1536), recreó en su obra más conocida, Elogio de la locura, una historia singular, con intencionada sátira, profundidad de idea y amenidad de concepto.

La razón es muy simple: “El número de locos es infinito” y ni siquiera se salvan los dioses. La locura es hija de Pluto, único padre de los dioses y los hombres, que le hizo nacer de la más hermosa y graciosa de las ninfas, la juventud. Le criaron a sus pechos la embriaguez y la ignorancia, y son sus compañeras Filaucia (amor de sí mismo), la lisonja, el olvido, la pereza, la voluptuosidad, la ligereza, la molicie, Como (dios de los festines) y el sueño letárgico.

En el discurso de la locura, Erasmo prueba la tesis que todos estamos dementes, y que la locura se encuentra en todas partes. Incluso el matrimonio, que es hijo de la ligereza, tiene algo de locura, y por supuesto la política, que tiene mucho de sabiduría, de amor propio, de placer –la salsa de la locura– y naturalmente de gula.

Erasmo distingue dos tipos de locura: “Una vomitada por los infiernos... para encender en el corazón de los mortales el ardor de la guerra, la sed insaciable del oro, de vergonzosos y criminales amores... y la otra, que emana positivamente, que es muy distinta de la primera y es el mayor bien que se puede anhelar. Ella se produce cada vez que una dulce ilusión liberta el alma de los cuidados ardientes y la sumerge en un océano de delicias...”. La segunda sería la más cuerda de todas las locuras.

La vigencia de la obra es manifiesta, aunque se escribió hace más de 400 años. Las palabras de Erasmo parecen recuperar sentido cuando la ironía se acerca más a la realidad que a la ficción literaria, en este mundo donde prevalecen las posverdades, la incontenible majestad del yo y la burda estrategia de la guerra, mientras se nutren, por debajo, los acuerdos comerciales, que alientan la competencia, la pobreza y la increíble levedad del ser.  

Hagamos una tregua, con la bendición de las virtudes teologales, para escribir, al unísono, un nuevo tratado, sin ápice de cinismo: el Elogio de la cordura. (O)

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