Bajo el marco de la protesta social, desde el primer día, ha sido evidente la polarización de opiniones y discursos provenientes del Gabinete del Gobierno, de los sectores indígenas e, incluso, de la población en general. La narrativa defensiva de las figuras políticas, en ocasiones, se convierte en una narrativa agresiva y peligrosa que desemboca en los simpatizantes.
Un claro ejemplo se percibe en las redes sociales, específicamente Twitter. Desde hace algún tiempo, este medio ha sido utilizado por políticos, académicos y expertos como un espacio de debate ideológico que informa o denuncia la situación actual de nuestro país. El hashtag #ParoNacional2022Ec ha sido tendencia estos últimos 17 días, de la mano de diferentes actores sociales y medios digitales comunitarios. No obstante, también ha servido para que el discurso de odio, en contra de los indígenas, se propague cual virus.
Peyorativos como: “indio”, “vago”, “salvajes” o “violentos” acompañan tuits que son compartidos por algunas figuras políticas. Si la normalización del racismo y del clasismo deviene desde los llamados “expertos”, ¿qué podemos esperar de sus seguidores?
El discurso del odio, según Waldron (2012), se define como la capacidad para atentar contra la dignidad humana; siendo esta entendida como el estatus social de una persona dentro de la sociedad. Es decir, cada vez que promovemos este discurso disfrazado de “opinión” estamos invisibilizando la existencia de una persona.
En el contexto ecuatoriano, se ataca a la persona indígena y se condena a la persona “pobre”. Se criminaliza la protesta social y se generaliza a los actores sociales como “vándalos”. De la misma forma, la connotación de “violentos” a las fuerzas del orden y de “vendidos” a algunos medios de comunicación ha polarizado al Ecuador. El frecuente discurso del Gobierno que distingue un “ellos” de “nosotros”: los ciudadanos de bien”, que salen a marchar por la paz cantando al son de insultos y sarcasmos; propaga la diversificación de la sociedad.
Todas estas narrativas refuerzan el discurso del odio, sostienen la violencia estructural y el círculo de pobreza que muchos ecuatorianos no pueden romper. También se mantiene el privilegio como una condición de ventaja y no como una variable, provocando que la empatía desaparezca en cada narrativa.
“Ellos” no son el enemigo, y “nosotros” no somos los buenos en esta crisis. Es responsabilidad de todos recordar el contexto histórico (que todavía duele) y comprender que la protesta social es la expresión de lucha de varios sectores sociales que han sido invisibilizados durante mucho tiempo.
