La situación de cuarentena, de aislamiento, aún de carácter parcial como la que vive la mayor parte del territorio ecuatoriano, hace que las actividades diarias tengan que necesariamente modificarse, que las agendas cambien, que los eventos tengan que dilatarse o que variar sustancialmente en su dinámica.
Por ello, encuentro absolutamente plausible, la petición de varios sectores ecuatorianos, sobre todo vinculados a la política, para que se modifique la agenda electoral ecuatoriana.
Esta variación surge como una necesidad real frente a lo que ocurre al interior de los diversos partidos y movimientos políticos, sin capacidad de moverse o articular unas reales campañas electorales, en primera instancia las famosas primarias al interior de esos partidos y luego la participación ya en los procesos electorales que conduzcan al recambio político al más alto nivel.
Si a las dificultades que hemos mencionado se suman aquellas que tienen que ver con las observaciones de la Contraloría General del Estado, así como a las discrepancias evidentes dentro del máximo organismo electoral del país, se presenta un panorama complejo y nada claro que no abona para la transparencia y garantías indispensables en eventos de tanta trascendencia para el país.
Las elecciones presidenciales del próximo año deben ser absolutamente transparentes y tender a que los votos sean meditados y mesurados para no caer en episodios y en elecciones que luego, más temprano que tarde, tendríamos que lamentar.
Los períodos de crisis suelen ser pródigos en alumbrar populismos y figuras mesiánicas que causan más problemas que aquellos que supuestamente anuncian remediar.
La necesidad va también por el lado de incentivar el voto de los más jóvenes, los de 16 a 18 años, que tienen derecho al voto facultativo, pero que en la mayor parte de los casos no lo están ejerciendo.
El panorama electoral no está nada claro, dilatarlo en cuanto a sus tiempos, suena a una medida acertada que no debemos vacilar en tomar. (O)
