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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

El tren Ibarra-Otavalo

24 de enero de 2015 - 00:00

Ibarra y Otavalo, en estos días, cumplen uno de sus sueños: el retorno del tren. Ahora, junto con el que llega hasta la comunidad de Salinas, está el que recorre la ruta entre estas dos ciudades, pero desde la visión del turismo. Mas, la historia es larga, porque se trata de un anhelo luchado a pulso por los imbabureños, pese a la desidia, pero también a los intereses, básicamente de los comerciantes de Guayaquil, desde la época colonial. Y esto, porque Ibarra -como se sabe- fue fundada en 1606 para ser una suerte de puerto de tierra entre el comercio de Bogotá-Popayán-Quito.

Tal es así que se tardó nada menos que 400 años en abrir la carretera Ibarra-San Lorenzo y fue únicamente la línea férrea la que unió a estas poblaciones, pero recién en la segunda mitad del siglo XX.

Por eso, el primer riel para el futuro ferrocarril llegó a Ibarra en 1929 e inmediatamente -como se observa en una fotografía antigua- fue llevado como si fuera una procesión por la calle Bolívar, en una apoteosis contenida por tantos años de espera, aunque se trataba de la ruta a Quito, en una época donde se hacía dos días a pie hacia la capital.

Los ibarreños tuvieron que esperar hasta el 16 de agosto de 1957 para por fin poder inaugurar la ruta al mar, en medio de una algarabía que llevó incluso a Abelardo Morán a confeccionar una suerte de mascarón de proa en forma de ángel para colocar en la reluciente locomotora de vapor. Fue así que el tren pudo internarse en una vía de túneles -como una sierpe metálica hurgando los cañaverales- para deslizarse desde los 2.226 msnm, de Ibarra, pasar los 650 msnm de Lita y llegar al fin a San Lorenzo, en medio de paisajes alucinantes.

Entonces llegaron las gentes, con sus productos, a comerciar con los ibarreños, quienes les esperaban cada sábado para -con base en la diversidad de variedades del banano- realizar una gastronomía que unía geografías, como el sancocho que incluye maíz tierno. Sin embargo, el viaje a San Lorenzo era casi exclusivo para fines comerciales, aunque de vez en cuando aparecían intrépidos viajeros, especialmente extranjeros, para deslumbrarse de una experiencia que a los locales, de tanto verla todos los días, les importaba poco porque olvidaron los sueños y sacrificios de sus mayores.

Más adelante, el descuido nacional de la red ferroviaria, sumado a los terremotos amazónicos de la década del 80 del siglo pasado, que afectaron hasta Esmeraldas, hizo que la ruta colapsara y los durmientes fueran parte de la maleza, que hasta ahora sigue su labor.

Por eso es importante este nuevo paso en el tren turístico, porque conectará poblaciones importantes, como San Antonio de Ibarra, famosa por sus artesanías de madera, pero también con la estación de Andrade Marín, para que los viajeros puedan visitar la remodelada fábrica Imbabura. Ni qué hablar de Peguche, centro de textiles, y de Ilumán, con su centenar de yachacs. Ya lo decía el poeta español Antonio Machado: Yo, para todo viaje / -siempre sobre la madera  / de mi vagón de tercera- / voy ligero de equipaje.

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