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El Telégrafo
Sergio Zabalza

El tiempo de la denuncia

17 de diciembre de 2018 - 00:00

Como para dejar en claro que la sororidad no es tan solo una palabra, el colectivo Actrices Argentinas hizo público el indigno maltrato que las mujeres y les niñes suelen sufrir en el medio en que se desenvuelven a través de su solidaridad con el puntual caso de Thelma Fardin, quien denunció la violación que sufrió en 2009 cuando –contando con tan solo 16 años de edad– fue sometida por el actor Juan Darthés durante el rodaje de una tira en la República de Nicaragua.

Desde ya el hecho va en sintonía con la lucha por la igualdad y la dignidad que las mujeres están sosteniendo desde hace años y que en los últimos tiempos se plasmó a través de colectivos como el #NiUnaMenos, cuya gesta cada día cobra mayor peso e influencia en nuestro país.

En el particular caso del ambiente artístico globalizado, resulta imposible soslayar la iniciativa del #Me Too, surgido a partir del develamiento de los abusos sexuales cometidos por un famoso productor de Hollywood, que disparó un sinfín de denuncias similares. Uno de los puntos de ese movimiento fue el discurso que la famosa actriz y productora Ophra Winfrey brindó al recibir un Globo de Oro por su labor.

“Time’s up” fue la expresión que la laureada empleó para hacer saber al “cerdo” que “su tiempo terminó”, en obvia referencia a cuanto masculino haya sacado provecho de su posición de poder. Vale interrogar las razones por las cuales algunas personas (en especial si son menores) necesitan un largo tiempo para acceder a la posibilidad de hablar y así hacer pública la denuncia.

Por empezar, la disimetría afectiva que separa a un adulto de una menor, causa estragos a la hora de consumarse la intrusión en el cuerpo. Por otra parte, el canalla conoce perfectamente el punto donde la vergüenza puede hacer que la víctima –no necesariamente una menor– se sienta culpable y cómplice del abuso padecido. De esta forma la damnificada debe superar la encerrona subjetiva que supone guardar bajo secreto hechos de los cuales ha sido objeto.

Luego, un entorno pusilánime o encubridor, según los casos, hace el resto. Y en esto reside el valor traumático de todo abuso: ser ubicado(a) en el lugar de objeto por el agresor y por el entorno. De allí la importancia que la moral compartida ejerce para que una persona acceda a la posibilidad de hablar y así reparar la intimidad mancillada. (O)

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