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El Telégrafo

El quid del asunto

01 de abril de 2012 - 00:00

Todos sabemos lo que es la maldad, pues la vemos desde pequeños en manifestaciones como hacer tropezar a alguien, esconder sus pertenencias, entre otras; las causas son diversas, pero siempre están ligadas a sentimientos bajos como odio, envidia, celos, venganza, etc.; pues así es el corazón del hombre, lleno de bajas pasiones a veces desde su infancia, y detrás de un rostro tierno y angelical puede esconderse la maldad que crecerá aparejada con el desarrollo físico. De hecho, seres como Hitler, Jack el destripador, y los asesinos en serie, no se hicieron de la noche a la mañana.

Por otro lado, estamos tan acostumbrados a la maldad que a veces la miramos como si fuese normal; pero, cuando ésta tiene grandes dimensiones, es difícil entender por qué tanta descomposición del alma. Notemos que la Biblia nos habla de que hay personas incapaces de hacer el bien, y en ninguna parte nos dice que hay personas incapaces de hacer el mal; por el contrario, nos dice que no hay hombre bueno y que nuestra tendencia es de continuo hacia el mal; desagradable revelación, ¿verdad?

Lo cierto es que, al igual que un cadáver putrefacto, el alma de muchos está en avanzado estado de descomposición. ¿Cómo entender la mente de quien asesina por dinero, sin conocer siquiera a su víctima? ¿Cómo comprender a quien roba niños o secuestra mujeres para comercializar sus órganos o venderlos como esclavos sexuales? ¿Cómo concebir que un grupo de individuos golpeen a alguien hasta matarlo por ser diferente o pensar de otra manera?

Similar a una fruta que se pudre día a día, la conciencia se va cauterizando poco a poco, hasta quedar bloqueada y distorsionada, repudiando lo justo y aceptando lo malo, elogiando lo perverso y avergonzándose de lo bueno. Cauterizar significa quemar y nuestra conciencia debería estar sana y abierta para poder percibir al Espíritu de Dios, interactuar con Él y ser guiado correctamente. Pero cuando la conciencia se ha cauterizado no hay esperanza y nos perdemos en la caótica oscuridad del mal.

Injustamente se compara una gran maldad con las acciones de los animales, pues las bestias no actúan así. Esto ocurre porque las diferencias entre un ser “normal” y otro que ha cauterizado su conciencia pueden ser tan grandes que cuesta aceptar que se trata de dos seres de nuestra misma raza humana; pero la diferencia no está en lo físico, ya que nuestra verdadera esencia es espiritual y allí está el “quid del asunto”. Reabramos nuestra conciencia y conectémonos con el espíritu de Dios.

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