Es el presente lo único que tenemos? Al menos podemos decir que es lo más real y el único balcón para asomarnos tanto al pasado como al futuro.
Tradiciones muy distintas y distantes han destacado el valor insustituible del presente. Así, la Biblia en Mateo 6:34 aconseja no afanarse por el mañana porque “cada día tiene su propio afán”. También Marco Aurelio, en sus “Meditaciones” y en sintonía con los demás estoicos, proclamaba: “la perfección de las costumbres consiste en vivir cada día como si fuera el último”.
Por su parte Pascal, observando nuestra constante fuga del presente, advirtió en sus “Pensamientos” que al convertir al pasado y al presente en meros medios para el futuro nos condenamos a una búsqueda sin fin: “De ese modo, no vivimos jamás, pero esperamos vivir y nos disponemos siempre a ser felices, aunque es inevitable que no lo seamos nunca”.
Frente a esta paradoja, el Budismo Zen tiene como su principal consigna: estar siempre presente en el presente. Cuando un discípulo preguntó a su maestro qué debía hacer para tener sabiduría, este simplemente le respondió: cuando como, como; cuando duermo, duermo.
Pero el presente del que hablan sabiamente estas y muchas otras tradiciones es uno colmado de conciencia y encuentro tanto consigo mismo como con los demás, un presente muy distinto del presente fugaz, casi inconsciente e instrumental en que tendemos a vivir actualmente.
El presente de la sociedad moderna, subyugado a la productividad, la competencia y el exceso de información, es un presente catártico para fugarnos y huir de nosotros mismos, no para encontrarnos con nosotros mismos y con los otros. Es decir, es más ausencia que presencia, es un falso presente.
En realidad del pasado nos llega muchas veces la culpa, la frustración, la nostalgia. Del futuro proviene la mayor parte del miedo y la ansiedad, pero lo mejor en nuestras vidas seguro que han sido presentes donde estuvimos realmente presentes. (O)
