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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

El pastelero que no quiso hacer un pastel

06 de junio de 2018 - 00:00

A comienzos de semana, la Corte Suprema de EE.UU. dictó una sentencia a favor de un pastelero, Jack Phillips, quien se rehusó a hacer un pastel para celebrar el matrimonio de una pareja homosexual alegando objeción religiosa. Muchos han celebrado el fallo como una victoria de la libertad. Una victoria de la libertad de expresión, de la libertad religiosa, la libertad de contratar con cualquier parte y un guiño a permitir que sea el mercado quien “castigue” al pastelero, y no el Estado. Como todo caso que llega a la Corte Suprema, nada es tan simple, ni el propio alcance que dieron los jueces al fallo.

La opinión de la mayoría tiene muchos matices. Una parte sostiene que los registros del caso muestran la hostilidad de los miembros de la Comisión hacia las enseñanzas cristianas sobre el matrimonio y la sexualidad, violando de esta manera la primera enmienda de la Constitución, donde se garantiza el derecho a la libertad de religión. Es decir, la Comisión, y el Gobierno en general, no tienen la capacidad de determinar si la objeción religiosa de Phillips era legítima o no. Otra parte va más allá, sugiriendo que no se puede coartar la libertad de expresión, forzando a alguien a reconocer que los matrimonios homosexuales son, de hecho, “matrimonios” (para 2012, el matrimonio homosexual todavía no era reconocido en EE.UU.).  

Pero lo que nunca llegó a decir la Corte es que está bien usar la religión para discriminar en contra de parejas del mismo sexo. Se reafirmó que los negocios abiertos al público deben estar abiertos para todo el público. Fue un fallo, al final del día, donde se condenó el sesgo de una comisión que terminó por nublar su dictamen en primera instancia.

El problema con el fallo sigue siendo doble. Por un lado, la Corte logró eludir un tema más amplio sobre la libertad religiosa y la discriminación, algo sobre lo que sin duda eventualmente tendrán que decidir. Por otro, por más que el fallo se haya limitado mucho a los contextos del caso, se abre el campo a un terreno peligroso, donde la industria de servicios puede rehusar servir a personas por cualquier otra razón discriminatoria (libertad de expresión, ¿verdad?). Si bien en las escuelas austríacas el mercado puede hacer maravillas, las realidades sociales son contenciosas y complejas, y crear ciudadanos de segunda categoría no siempre se resuelve compitiendo. El pastelero que no quiso hacer un pastel puede ser un símbolo de libertad, como puede ser también una oscura premonición. (O)

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