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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

El pasillo sigue vivo

01 de marzo de 2014 - 00:00

El pasillo se inició con la búsqueda -como la Independencia misma y el pensamiento criollo- de otras maneras de entender nuestra América profunda. Aunque se parecía a los bailes europeos cada vez se alejó más de las cortes, de sus corsés y boato decadente.

La denominación pasillo obedecería a que su baile se practicaba con pasos cortos y rápidos, aunque también se lo asume como baile de pareja entrelazada, a diferencia de los bailes populares, que eran de pareja suelta (paseíllo, sería su primer nombre). Se sabe que Simón Bolívar, el Libertador, bailaba estos ritmos que se alejaban más de Europa y sus cortes.

Con la construcción y el nacimiento de los nuevos países se necesitaban otras voces que acompañaran el proceso republicano. Su recorrido es, curiosamente, lo que somos: una hibridación cultural donde todos los aportes son válidos. Si para finales del XIX había ingresado a la academia, para la época alfarista -también por la movilidad- fue una música que ancló en las ciudades, en esas urbes, a veces, adversas.

Se coló en las rocolas, en los bajos fondos (...). Y, ahora, el pasillo anda vestido de jazz, de música contemporánea, o sale en una canción pop.Un día se volvió canción, para varios frentes: el desarraigo, la copla certera, los amores náufragos, los amores idealizados, el amor filial y hasta la preocupación metafísica y, por qué no, la réplica. Con las fracturas del país, con los cambios entre lo agrario y la aparente modernidad, también el pasillo buscó su puesto. Se coló en las rocolas, en los bajos fondos, y de allí irrumpió en los lugares donde antes lo tenían prohibido. Tomó la palabra y el escenario, aunque aún es cantado entre amigos y familia. Y, ahora, el pasillo anda vestido de jazz, de música contemporánea, o sale en una canción pop. Hay un hecho ineludible: el pasillo sigue vivo.

Del pasillo se ha dicho de todo: que es una música triste, que en una época tuvo influencia del yaraví, que no es triste sino un sentimiento, que los mejores pasillos son los académicos, que las mejores letras son las que los músicos pusieron a los textos de la Generación Decapitada, que un día el pasillo se aliará con el jazz -ya lo está haciendo-, que no hay pasillo como el lojano o el cotacacheño, que ha servido como una catarsis para un país que ha derramado abundantes lágrimas, aunque los migrantes se alegran cantándolo. Esa es la maravilla del pasillo ecuatoriano: es inasible.

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