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El Telégrafo
José Velásquez

El país de Andrés Gómez

01 de junio de 2020 - 00:00

Ecuador se despertaba del primer gran levantamiento indígena, con el barril de petróleo alrededor de los $ 20 y un costo de la canasta básica cinco veces mayor al salario mínimo vital. Pero eran los primeros días de junio de 1990 y la Copa del Mundo parecía lo único importante.

De pronto cambiamos la aventura italiana por el sueño francés: Andrés Gómez se aprestaba a dar el salto a la inmortalidad. Vito Muñoz dejó el Fiat botado y viajó a París. Mario Canessa y Paco Álvarez transmitían por televisión una leyenda.

En su crónica previa a la gran final, el infalible The New York Times calificaba a nuestro zurdo como un “gigante genial y amable” que compensaba su aparente lentitud con un saque mortífero, feroces devoluciones y un agresivo juego en la red. El de las piernas veloces era Andre Agassi que, aunque tenía 10 años menos y era muy joven, era dueño de la magia que lo llevó a ganar luego ocho títulos de Grand Slam.

Pero debe ser complicado intimidar a un atleta de 1,93, ganador de los principales torneos en tierra batida. Desde los 19 años su vida había consistido en corretear a la gloria por varios rincones del mundo y llegaba a Roland Garros sabiendo que era la última oportunidad de alcanzarla. Dos horas y 31 minutos duró la gesta. Agassi llegó tarde a una devolución final y el ecuatoriano alzó los brazos para ser más gigante que nunca. El paraíso era de arcilla.

Abracé a mi papá. Estoy seguro que él pudo abrazar al suyo. Pero la inmensa lección de Gómez se diluyó en la euforia de esos días. Perdimos de vista que estábamos frente a un reloj que administraba sus recursos con envidiable eficiencia, sin temor a sus limitaciones y sin complejos de inferioridad. Gómez era un abanderado de la disciplina y por eso hoy es un maestro generoso que comparte secretos y mantiene su luz encendida para cientos de chicos. Un trabajador silencioso y un referente global que eligió volver a su río y a su estero.

El país de Gómez eligió admirar a antihéroes y forjar cultos estériles. La moraleja de la preparación, el sacrificio y el rigor aún nos resulta ajena. Pronto cumpliremos 30 años de ignorar su buen ejemplo. (O)

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