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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

El nombre de la vida

14 de octubre de 2015 - 00:00

Se jodieron las premoniciones porque el nombre ya no anticipa la personalidad de hijos e hijas, apenas es el oscuro deseo que iguale al padre o a la madre; es bastante, pero no es suficiente. Ahora el nombre es acertijo en inglés, francés o qué sé yo. Hay padres (y madres) audaces que buscan nombres en japonés o en chino, sin saber que por allá el nombre es cosa seria, una declaración de principios que podría ser una molestosa carga o un desafío a la sencillez del nombrado. Acá, en la mayoría de los casos, el nombre no te marca, solo es un apelativo, sustituido, a veces, por el apodo familiar, barrial o urbano tribal.

El nombre es un definitivo cultural, un marcador destinatario, un significador de renunciamientos, una señal de identidad o el condensado discursivo de demandas ancestrales. El nombre (o el sustituyente) crea la mitología personal o establece la huella épica, sustituye para siempre al apellido porque es un artefacto incómodo de validación. Cuando hablamos de Fidel hay una rápida conexión con la imagen vestida de verde olivo, las barbas y el discurso motivador. Siempre será Malcolm X y no el apelativo larguísimo elegido durante su afianzamiento en el islam. Jamás sabremos si Alonso de Illescas continuó llamándose así o sin los compromisos de la dominación volvió a los bellos nombres de Oriente. Lenin es y no es Uliánov y Marx apenas es Karl. Allende es más receptivo que Salvador y Ernesto Guevara no sustituye a Che.

El nombre queda para la biografía y el vecindario se atiene al apodo histórico ennoblecedor. Basta llamarlo Simón Bolívar y no la estructura barroca nominativa, nadie le llama Cara-de-Piedra porque mejor suena Rumiñahui o Eugenio Espejo esconde a Chusig. Es Evo en la discutidera política, lo mismo que Chávez o Rafael (a veces Correa). Todos por unanimidad le llamamos Nebot. Pedro Antonio Marín es alguien impensable, pero no si se dice Marulanda o Tirofijo. A Jaime Hurtado lo hemos dejado así, el nombre con el apellido, ¿acaso por el otro Hurtado, Osvaldo?

En el palenque Amenaza Verde (el emblemático equipo de fútbol) son nombres y nombres tantos como una comunidad interminable. Antonio Preciado es el Poeta, una sublime injusticia popular, porque hay muchos más. Papá Roncón no volverá a ser Guillermo Ayoví y Petita Palma se mantiene sin sustitución. Rosa Wila Valencia es Rosita y Carla Quiñónez es Karla Kanora por ajustes artísticos. Carlos Saúd, omitiendo aquel apodo muy popular, será recordado por lo que eligió llamarse: Su Amigo. Mi amigo Clemente Cañola, leyenda de la máquina de coser de Barrio Caliente, es El Mago. Ítalo Estupiñán fue Yerbita, pero todos preferimos su nombre primario, Gerardo tiene una capilla futbolera que nadie omite: La Número 1.

Cabeza Mágica no pudo desplazar a Alberto Spencer y el Chucho eternizó a Christian Benítez. Pelé no es Edson Arantes do Nascimento y Maradona es el cuatrisílabo más famoso en el mundo. Hasta el autor de estas líneas infiere como jazzman. (F)

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