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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

El mundo se va a acabar

06 de mayo de 2016 - 00:00

Así es. El mundo se va a acabar. Dijeron que su candidatura era un chiste, una farsa, un espacio para que un payaso haga su espectáculo. Dijeron que no duraría más que un par de semanas. Dijeron que en febrero ya había llegado al tope de su popularidad. Dijeron que después de perder Iowa saldría de la carrera. Dijeron que en cualquier momento Rubio lo pasaba. O Kasich. Ted Cruz, apodado ‘Lucifer’ por un miembro de su propio partido, fue el último sobreviviente. En esta semana, después de perder Indiana, Cruz decidió retirarse de la carrera. Así es, Donald Trump ha vencido el mismísimo diablo. Y eso no es bueno.

No es la muralla. Trump no es el primero en proponerla ni será el primero en construirla. George W. Bush logró aprobar una ley que permitió iniciar la construcción de una muralla de 1.100 kilómetros a través de la frontera entre México y Estados Unidos. Fue construida para evitar la entrada de indocumentados y el tráfico de drogas. Fue un fracaso. También está Israel, su pared, y toda la xenofobia que eso significa. El mismo simbolismo conlleva la que propone Trump, pero más allá de eso termina siendo la clásica inyección de capital keynesiana contracíclica en el sector de la construcción. El sector predilecto de los migrantes. La mano de obra que más abunda en Texas.  

Es que al final del día, el campo real de poder del Presidente de Estados Unidos es verdaderamente limitado. Obama lo sabe mejor que nadie. Un Congreso indispuesto a trabajar con el Ejecutivo es todo lo que necesita el país para que cualquier delirio islamofóbico, machista, xenofóbico, autoritario o simplemente estúpido que tenga el Presidente sea detenido por el legislativo (y también para que cualquier cosa buena pase, como por ejemplo, salud universal gratuita). Las ‘órdenes ejecutivas’ de las cuales Obama ha hecho uso y por las cuales ha sido tildado de ‘dictador’ y ‘monarca’ (como a nuestro ‘dictador’, solo que los que llaman ‘dictador’ a nuestro ‘dictador’, seguro no creen que ese ‘dictador’ es ‘dictador’) tienen su límite. El problema de ser un outsider en el sistema de partidos norteamericano es que te quedas sin poder gobernar.

Lo más grave es precisamente eso. El único espacio de acción verdadera que tiene el presidente es la política exterior. Y Trump se ha mostrado particularmente constante en este tema. Quiere que Japón y Corea del Sur tengan armas nucleares para que se puedan defender de sus enemigos; quiere más tropas en Siria (y que, además, el resto de países contribuyan más tropas en Siria); y ve favorablemente a la tortura. Por otro lado, dice que Estados Unidos ha gastado demasiado interviniendo en guerras al otro lado del mundo. Esto suena bueno, hasta que uno escucha su sugerencia: cobrar a los países para que las tropas estadounidenses continúen ‘defendiendo’ sus territorios.

Allá entre blancos, uno pensaría. Pero resulta que Estados Unidos pasa de ser el carcelero del mundo al chulquero del mundo, con un Trump al mando del botón nuclear, pues será un buen momento para repensar el futuro. Y aunque lúgubre y algo exagerado, cualquier predicción es el resultado de este mundo unipolar en el que aún vivimos. Un mundo que pasará factura el día en que su mando caiga en las pequeñas manos de un loco.
“El mundo se va a acabar, si un día me has de querer, te debes apresurar”. (O)

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