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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

El mito del Huagra Puma

04 de agosto de 2016 - 00:00

Los mitos viajan de voz en voz. Los abuelos son las bibliotecas del mundo andino. Para que no se pierda, como la memoria, es preciso volverlos a contar, una y otra vez. Es parte de la mitología que debería enorgullecernos como país pero que, muchas veces, no consta en los libros oficiales más dados a las batallas y a la épica. Es curioso, aún se sigue nombrándolas como ‘costumbres y tradiciones’, como si viviéramos todavía en el ‘costumbrismo’, de inicios del XX.

Los mitos están hechos de símbolos: la palabra huagra significa toro, aunque estos animales fueron traídos por los conquistadores, pero en este caso significaría enorme. Aquí esta mitología quichua amazónica.

En los tiempos antiguos los pumas dominaban la selva. Eran enormes y sus colmillos oteaban el horizonte por donde pasaban los quichuas del Napo. Quienes se ocultaban entre los árboles sabían que había que ser muy valiente para enfrentarse a las fieras. Las puntas de las afiladas lanzas debían tener un veneno fortísimo para ultimarlos. Por eso, los valientes se procuraban la chingana antes de enfrentarse a los felinos, a quienes debían atravesar el corazón.

En esa época vivía un joven que se había destacado por su coraje. Era un gran cazador que había entendido que la astucia no está en el arrojo sino en la prudencia. Aliado a su lanza cazó a un puma y cortándole la cabeza se dirigió a su casa para alegrarse con los suyos. Este valeroso cazador supo que después del festejo había que enfrentarse acaso con la muerte. Tomó su cerbatana y se perdió en el follaje...

Salió a cazar, pero esta ocasión no pudo vencer porque se enfrentó a un puma gigante. Sabía que retroceder no es perder la contienda y prefirió escabullirse para volver otra ocasión. Sin embargo, el puma de patas enormes lo persiguió.

“El gran puma me persigue”, se escuchó a lo lejos. “El gran puma me persigue”, gritó otra vez el muchacho. Su padre escuchó sus gritos como si la selva trajera a esa única voz. Tomó rápidamente la cerbatana y el matiri (planta medicinal) y se transformó en puma. Antes de que sus patas cayeran a tierra y comenzara a correr para salvar a su hijo, la cerbatana se trocó en rabo y el matiri en testículos.

¡Si eres valiente ven aquí!, lo retó el transfigurado puma. El Huagra Puma que había perseguido durante dos días al joven cazador meneó la cabeza. Desandó sus pasos porque supo que era un puma el que le provocaba.

¡Nos veremos frente a frente!, le dijo el transfigurado puma, al tiempo que le increpó por hostigar a su hijo.

La pelea fue ardua. Las patas se encontraban en un duelo de zarpazo y ojos refulgentes, mientras que las hojas caídas recibían esos dos cuerpos esbeltos en disputa. Un nuevo ataque. Uno de los pumas subió a un árbol y desde allí se abalanzó contra su adversario. Mientras lo sostenía trágicamente con sus garras le mordió el pescuezo hasta que el puma quedó inerte, ante las fauces latentes del vencedor. El Huagra Puma no supo que su enemigo bebió su sangre en su honor.

A la tarde, un puma acompañaba al joven cazador de regreso a su morada. Al franquear el umbral, el puma se volvió otra vez un quichua. (O)

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