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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

El Mayor y su herida (II)

31 de agosto de 2016 - 00:00

Las causas de la Revolución de Esmeraldas (como la llama el académico Jorge Núñez) o de la Revolución Negra, como preferimos algunos lectores de oficio y preocupación, explican con propiedad la personalidad histórica del comandante Federico Lastra. Una reconceptualización de esa guerra civil nos devolverá el perfil político más acertado de aquellos revolucionarios. Como se prescribe en el Tablero de Ifá: “El calor no está en la ropa, sino en la piel” (Ogbé Kána). Hasta ahora, por racismo epistemológico, intereses de clase social u ociosidad intelectual han embarrado la suerte (como palo de gallinero) del Pueblo Negro con embelecos del tipo: “revolución o guerra de Concha”. ¡Levántate, Fanon!

Este jazzman tranquiliza al colectivo panegirista, en esta jam-session no se cuestiona el liderazgo militar de Carlos Concha, mejor, se exponen los materiales de historia que formaron al comandante Lastra. Valga la benéfica influencia del ekobio Silvio Rodríguez, estos “mortales ingredientes armaron” al comandante: estirpe cimarrona y pueblo marginal. Así es, su “época fue parte de un rompecabezas para subir la cuesta del gran reino” de las clases sociales y sus luchas.

Trova para definir la historicidad de situaciones parecidas, aunque distintas, que según el criterio de la profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana, de México, Lidia Girola: “La historicidad se refiere al conjunto de circunstancias que a lo largo del tiempo constituyen el entramado de relaciones, en las cuales se inserta y cobra sentido algo, ese algo (JME) es el complejo de condiciones que hacen que sea lo que es…”. La investigadora explica ese algo como “un proceso, un concepto o la propia vida”. Ese es el rompecabezas primordial de Silvio modelando el destino del comandante Federico Lastra.

Por las causas se explica el porqué de que cientos de mujeres y hombres afrodescendientes se unieran a la montonera cimarrona, bajando por los ríos del norte esmeraldeño, cruzando la raya colombo-ecuatoriana o abandonando el conuco para matar o morir y confirmarles a los de arriba (la burguesía blanca) de los cambios sociales por abajo y desde abajo; y que si ellos querían ya no podían. Eso es una revolución, según la visión leninista, aún válida. El doctor John Antón Sánchez, juntando sus observaciones con las de Gerardo Maloney (1983), explica que la manumisión (y la posterior ley de abolición de la esclavitud, JME), “más que gestos altruistas del liberalismo ilustrado y romántico que preconizaba libertad e igualdad […] buscaba la liberación de una fuerza esclava para conformar una nueva fuerza productiva vital para el capitalismo emergente”.

A un siglo del armisticio, noviembre de 1916, la pública declaración del presidente Alfredo Baquerizo Moreno de la terminación definitiva del concertaje, del inicio de la discusión sobre las ocho horas laborales obligatorias y la amnistía para todos los combatientes invitan a desestimar esas causas idiotas de una guerra terrible. (O)

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