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El Telégrafo

El libro, esa otra arma

28 de abril de 2012 - 00:00

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación, nos dice Borges.

Nosotros los ecuatorianos, pasamos -literalmente con el boom petrolero- del arado a la televisión, saltándonos el libro. Al ser agrarios somos orales (nuestra producción es de banano, flores, cacao...) y por eso únicamente el 1 por ciento mayor de 18 años lee. Nuestro canon literario inicia con “Cumandá”, de Juan León Mera, influenciado por “Atala”, del vizconde de Chateaubriand. Ese amor entre la civilización y la barbarie llegó en la época del romanticismo y de los viajeros, cuando el país se reconocía por medio de las pinturas de paisajes, como el caso de Rafael Troya y el propio Mera.

Después, porque todo lo que se oculta toma la palabra, apareció el realismo social y el indigenismo, con obras como “Las cruces sobre el agua”, de Joaquín Gallegos Lara, o “Huasipungo”, de Jorge Icaza, donde muestra a la tríada opresora: cura, teniente político y gamonal. Más tarde aparecería el poema “Boletín y Elegía de las mitas”, de César Dávila Andrade.

Saltando un poco, llegamos a “Entre Marx y una mujer desnuda”, de Jorge Enrique Adoum, quien nos recuerda que no hay que matar los ideales porque son una especie en extinción.

No hay que olvidar la poesía de Paúl Puma o ese misterio que es “Sollozo por Pedro Jara”, de Efraín Jara Idrovo, paisano de Catalina Sojo o Sara Vanegas y su “Ángelus”: se recogen los pájaros / en la tarde transparente / (mi corazón es una ave más / arrodillada).

Allá en la tierra de Octavio Paz una mujer escribe: Si ya profanaste el templo / qué esperas para saquearlo todo. Es Valeria Guzmán, una de las escritoras ecuatorianas en la diáspora.

Está Marialuz Albuja: La poesía me llama  / desde la superficie rugosa donde se ocultan las palabras, y la voz de Iván Oñate o de Antonio Preciado y su poema sobre la ciruela que siembra frente al mar. Tengo voces amigas que vienen, pero prefiero guardarlas como se acoderan los barcos fantasmas y esto sucede porque en estos días, por el Día del Libro, vino la memoria de Shakespeare, Cervantes -aquel que inventó a Alonso Quijano, llevado por el sin par Sancho- , y Garcilaso de la Vega. Borges nos recuerda que Alejandro Magno tenía bajo su almohada “La Ilíada” y una espada, esas dos armas, y sentencia: Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.

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