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El Telégrafo

El invisible Congo

27 de noviembre de 2012 - 00:00

Esta semana, otra crisis humanitaria sacudió a Kivu del Norte, una provincia de la República Democrática del Congo (RDC), donde un grupo de 1.500 rebeldes congoleños que se hacen llamar el M23 tomó la ciudad de Goma, en medio de exacciones de toda índole.

En los últimos años, esta franja fronteriza entre la RDC, Ruanda y Uganda ha sido el escenario de guerras y genocidios continuos, y de algunos de los crímenes más horrendos que haya padecido la humanidad en los últimos años: millones de personas masacradas a machetazos y piedrazos, el reclutamiento forzado de niños soldados, campañas de amputaciones y violaciones masivas, entre otras atrocidades.

El genocidio ruandés a inicios de los 90 desencadenó gran parte de esta violencia. Luego de la masacre de 800.000 civiles tutsis, el gobierno de Paul Kagame persiguió a las milicias hutus, perpetradoras del genocidio, en su huida al entonces Zaire (ahora RDC). Desde aquel momento, Kagame mantuvo una política constante de injerencia ruandesa en el oriente congoleño, apoyando primero a Laurent Désiré Kabila en su ofensiva exitosa en contra del gobierno de Mobutu en 1997, antes de enemistarse y buscar derrocarlo. Luego del asesinato de Kabila a manos de su guardaespaldas, su hijo Joseph llegó a la presidencia de la RDC y la animosidad con Ruanda no decreció. Pronto, a más de odios étnicos, se añadía la lucha por el control de una región muy rica en minerales: en especial en coltán, casiterita y oro.

La guerra llegó a internacionalizarse en 2008, con la participación de tropas angoleñas y zimbabuenses del lado de la RDC, frente a grupos apoyados por Ruanda y Uganda, y con presencia cada vez más importante –e impotente– de cascos azules de la ONU. La reciente toma de Goma demostró que el proceso de paz de 2009 no puso fin a aquella espiral de demencia que sigue padeciendo el Congo más de un siglo después del desquiciado gobierno del rey Leopoldo.

Inglaterra y EE.UU., luego de décadas de elogios a la dictadura de Kagame, han condenado, por fin, el apoyo ruandés al M23. Pero a la final, las 5 millones de muertes que la mayor crisis humanitaria del planeta ha ocasionado desde 1998 no cautivan el interés de los poderosos. Esto se debe a que esta zona de África central, contrariamente al Medio Oriente, no representa una amenaza a la seguridad global. No es criadero de grupos terroristas que hagan temblar las metrópolis occidentales ni está infestada de armas nucleares. Y los ricos yacimientos minerales explotados por cualquiera de los grupos armados siguen enrumbando su botín sangriento a los mercados del norte.

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