La colonización y la esclavitud no son solamente etapas pasadas de la historia. Sus consecuencias perduran hasta hoy. La prueba es la dominación y la marginación de las poblaciones un día colonizadas y esclavizadas, basadas la superioridad-inferioridad, en las discriminaciones por el color de la piel, en el desprecio y hasta el odio al pobre, considerado perezoso y un cero económico.
No basta la descolonización política. La recolonización resurge en forma de capitalismo económico, liderado por capitalistas neoliberales nacionales, articulados con los transnacionales. Saca el máximo provecho del extractivismo de los bienes y servicios naturales y de la explotación de la fuerza de trabajo mal pagada y de la reducción de los derechos individuales y sociales, como en Brasil.
Aimé Césaire, de Haití, acuñó la palabra negritud para expresar la opresión contra los negros y una resistencia persistente y una lucha contra todo tipo de discriminación. Césaire criticó la civilización europea por su codicia de invadir, ocupar y robar las riquezas de los otros, en la discriminación y el odio racial, que embrutecieron y degradaron a los pueblos colonizados y esclavizados.
Paralelamente, se creó el concepto de colonialidad por el científico social peruano Aníbal Quijano (1992). Allí están los patrones que los países centrales y el propio capitalismo imponen a los países periféricos: el mismo tipo de relación de depredación de la naturaleza, las formas de acumulación y de consumo, los estilos de vida y los mismos imaginarios.
El Norte global impone la colonialidad en todos los países y los obliga a alinearse con las lógicas del imperio. El neoliberalismo está imperando en América Latina y en Brasil es la concreción de la colonialidad. Es la recolonización de la nueva geopolítica mundial. Ahora ese modelo, para nuestra desgracia, es asumido por el actual gobierno corrupto y despegado del pueblo, de un neoliberalismo radical que desmantela la nación. (O)
