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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

El hábito sí hace al monje

06 de agosto de 2022 - 06:00

En esta semana el presidente español Pedro Sánchez pidió a los funcionarios públicos que dejen de usar corbata para ahorrar energía. Eso me ha hecho pensar en cómo globalmente estamos cambiando de atuendo y escogiendo ropa informal. ¿Tendrá nuestra nueva apariencia relajada algún mensaje que entregar?

Las generaciones de profesionales desde hace dos siglos usaron terno y corbata. El uso del terno simbolizaba que quien lo usaba no tenía que dedicarse al trabajo manual. Servía para marcar una pertenencia a un determinado sector social o, más bien, para desmarcarse del resto –del obrero, del campesino, del desempleado, de la mujer–.

Era tan obligatorio el uso del terno para algunas profesiones que un profesor de medicina en los años 60 no permitía entrar a su clase a aquellos alumnos que no utilizaran terno, camisa blanca planchada y corbata. Decía que la vestimenta formal de un médico expresaba el respeto que tenía por las personas a las que atendía. También es cierto que antes y ahora cada uno se ha vestido de acuerdo a su oficio. Los abogados utilizaban traje formal, mientras los arquitectos e ingenieros vestían ropa apropiada para subir andamios y evadir el ripio.

Ahora, después de la pandemia, la tendencia es vestirnos cada vez más de forma cómoda. Entre otras razones porque no hemos comprado ropa durante ya dos años. Las transmisiones televisivas de las sesiones de la Asamblea nos han mostrado que los atuendos formales de los y las asambleístas han brillado por su ausencia. Han aparecido con sudaderas, pies descalzos y pijamas. Un asambleísta incluso no se dio cuenta de que la cámara estaba prendida mientras se cambiaba de atuendo para estar más presentable...

La ropa es un lenguaje, un sistema no verbal de comunicación. Las personas la usan para indicar su edad, su género, sus opiniones políticas, su situación económica. Pero los tiempos están cambiando y la gente opta por vestirse informalmente. ¿A qué se debe esta tendencia? Probablemente a que se quiere experimentar mayor libertad. Y esa libertad hace que las diferencias entre hombre y mujer, viejo y joven, rico y pobre se desdibujen.

Los íconos de la era tecnológica como Elon Musk o Mark Zuckerberg también visten informalmente; de hecho, son criticados en las redes por su “mala facha”. Sin embargo, la explicación de la socióloga Carrie Yodanis respecto a ellos es que se requiere tener muchísimo dinero para despreocuparse de la apariencia. Dice ella: “En Silicon Valley no darle importancia a cómo vistes es un mérito, un signo de que tienes cosas más importantes que hacer que preocuparte por lo que llevas puesto”. Y añade: “Sin embargo, la capacidad de aparentar que tu imagen no te importa es privilegio exclusivo de aquellas personas cuya posición social es lo suficientemente elevada”.

Hoy en día, los directores ejecutivos usan sandalias para ir al trabajo, los niños bien portan gorras con la visera hacia atrás y los estudiantes asisten a clases virtuales encapuchados.

Hasta aquí hemos hablado de la vestimenta masculina, pero las mujeres han provocado que también cambie la fisonomía del mundo laboral. Lo que me lleva a pensar en cómo han resuelto su forma de vestir en un campo en el que su presencia es cada vez mayor: el de la educación universitaria. De los vestidos cerrados desde el cuello hasta los pies, los delantales abullonados, hasta los ternos de hombre en versión femenina, las docentes universitarias han tenido que recorrer un largo camino.

Veamos en tono de chanza lo que viven ellas. Depende de si desean sobresalir o pasar desapercibidas. Parte de los beneficios de ser docente es que las opciones de vestuario son ilimitadas. Trabajar en una universidad ecuatoriana significa que una semana debes ir presencialmente, la siguiente virtualmente, la siguiente no te preocupas porque hay paro dentro del campus y la que viene debes socorrer a la gente que sufrió un alud. Lo que está claro es que se requiere de códigos de vestimenta diferentes para trabajar en situaciones tan disímiles.

Si estás fuera de la U puedes caminar con tus jeans rotos; si estás en la sesión solemne de la facultad te pones de pie con el vestido corto de lentejuelas; si vas a dar clases hazlo con el mismo terno de siempre. Una profesora experimentada en estas lides nos da algunos tips:

  1. Usa siempre una chaqueta a menos que quieras hacer una declaración política con tu atuendo. No olvides que frecuentemente estarás frente a la cámara ya sea en clases o en reuniones del consejo directivo. Los brazos desnudos se ven poco profesionales. 
  1. Deshazte de los tacos altos. Las universidades tienen pasillos sinuosos, corredores interminables, escaleras empinadas y aun césped crecido. La mitad de la vida de una docente decurre estando de pie en clase, y la otra mitad caminando para llegar a reuniones. 
  1. Evita el estilo mameluco. No lleves chompa acolchada y jeans a menos que quieras un trabajo de guardia en la sala principal, repartiendo la agenda del día y gritando "¡ya llega el rector!” cuando el jefe entra semanalmente a la sesión del Consejo. 
  1. Proveéte de una chaqueta y pantalón cómodos de mezclilla o gabardina para cuando tengas que actuar de socorrista. Y adquiere unas botas que no sean demasiado rústicas. No hay peor cosa que verte con la camiseta amarilla del gimnasio, el calentador rojo con el que corrías hace 10 años, la chompa oliva que te queda grande y los zapatos blancos deportivos. Convéncete: ¡no hacen juego! 
  1. Encuentra tu propio estilo. Eres una docente entre 2 mil. Ha llegado tu oportunidad de sobresalir. Te has ganado el derecho a lucir tu mejor bufanda wipala si eres mariateguista, tu terno obscuro más caro si eres economista, tu blusa bordada más folclórica o tus alpargatas si estás en la facultad de Artes. Después de todo, la universidad es el lugar para celebrar las diferencias culturales. 
  1. Sé impredecible. El hecho de que seas representante de la facultad no significa que debas estar maquillada, usar un costoso terno azul marino o tener el cabello perfectamente fijado con spray. Tener faldas largas floreadas y collares otavaleños o ser una miembro hippie y desaliñada del Honorable Consejo Universitario funciona; incluso podría ser que los otros miembros ¡por fin! aprendan tu nombre. 

Nuestro idioma cuenta con ingeniosos refranes que hablan de la forma en que nos presentamos: “El hábito no hace al monje”, “Aunque la mona se vista de seda...”, “No todo lo que brilla es oro”... El primero recomienda no juzgar a las personas por el aspecto externo. El segundo dice que no importa cuánto se arregle una persona insignificante, lo sigue siendo. El tercero alude a que las apariencias engañan. Finalmente, Cervantes nos aconseja mostrarnos vivos y activos en nuestra forma de vestir cuando pone en boca de Don Quijote: “No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmalazado”.

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