Aquellos que han escrito sobre la vida y obra de Mauricio Macri dan cuenta de que el Presidente de la Nación tuvo su primera victoria fuerte ante su padre Franco cuando accedió por el voto de los socios a la titularidad de Boca. Su autoestima creció en la misma medida en que se extendía su popularidad ni más ni menos que por identificarse con los colores de un club cuyos hinchas pueblan cada rincón de la geografía argentina.
Desde ese sillón mostró la hilacha. Modificó el estatuto de Boca, con una cláusula que indica que si al final de una gestión de comisión directiva, el club está con déficit, los dirigentes salientes deberán pagarlo con su propio patrimonio. Fue una manera de abrir las puertas a los amigos millonarios interesados en los negocios del fútbol. Otra muestra de su ideología fue el armado de los fideicomisos para comprar jugadores, en 1998.
Terminada su aventura boquense y asegurada la perdurabilidad de su ideología con las bases que impuso, Macri fue descubierto por el conservadurismo vernáculo. Lo entusiasmaron con una promisoria carrera política, que derivó en la creación del PRO. El electorado de Ciudad de Buenos Aires lo llevó a la Jefatura de Gobierno por dos períodos consecutivos. Desde ese lugar, Macri preparó el sueño de llegar al sillón de Rivadavia. Y su paso por el fútbol era reconocido como fundamental para esa popularidad.
El fenómeno amarillo se instaló en Argentina en 2015. Y llegó la catarata de medidas antipopulares que sufrimos todos, incluidos los fanáticos del fútbol. El hincha acumuló bronca por la desaparición del Fútbol para Todos, por el precio prohibitivo de las entradas populares; también por los despidos masivos en empresas y reparticiones del Estado, por los constantes tarifazos, por los cortes de luz... Y la gente explotó. Y se expresó a través del cantito que tanto molesta por estas horas al Presidente.
Así como alguna vez el fútbol lo sacó de las sombras y lo catapultó a la popularidad, ahora elige enrostrarle el desacuerdo, evidenciando que la sociedad está creando los anticuerpos para sacudirse esta versión renovada del estamos mal pero vamos bien de los años del menemismo. (O)
