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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

El flow de la negritud

12 de agosto de 2015 - 00:00

El flow de la Academia, a veces sí o a veces no, se tropieza con saberes y ciencias de barrio adentro. Y el barrio gana por sagaz empecinamiento. Uno de esos desacuerdos es con la autodefinición ‘negro’. Y como negritud se deriva de negro, se arma el paquete de academicismos para olvidar aquello que se relacione con estas dos palabras. Por valoración histórica la Academia tiene razón y ventaja, pero por imprescindible cimarronismo político la comunidad demuestra sensatez. El punto de quiebre histórico no solo es la resistencia cotidiana a personas de alma enferma o a la mala leche de algún funcionario, sino a las estructuras racistas.

Allá abajo, en las raíces, nuestras comunidades se perciben negras (y afro, por supuesto) y hay quien se dice de la pura. A pesar de la Constitución, de la intelectualidad progre y las tribus académicas inventoras de estados de opinión. No hay nada nuevo bajo este sol de miércoles en referencia a lo antes leído, el cuestionamiento al término ‘negritud’ ocurrió a los pocos días de ser asumido por sus creadores (Leopold Sedar Senghor, Aimé Césaire, Leon-Gontran Damas y los demás), fue a mediados de los años 30 del siglo pasado. Se debió a diferencias políticas e ideológicas, principalmente de los pensadores marxistas. Este jazzman también lo cree así: el marxismo no es dogma eurocéntrico para explicar todos los corrinches sociales de todas las sociedades; es un instrumental teórico (imperfecto, desde luego) para comprender fenómenos sociales.

El racismo ideológico (perdonen la redundancia), 500 años después de su estructuración, piensa y habla de ‘esos’ negros sin arrugas en el intelecto, pero nosotros, mujeres y hombres, ‘emproblemándonos’ con eso de negritud. Mientras tanto, en sus actos, el racismo no se detiene a reflexionar en definiciones, solo actúa y ya.

La recalificación del nominativo racial ‘negro’ fue del cimarronismo comunitario y sin basurillas de apendejamiento, un día le dieron el vuelco estético (lo negro es bello), tiraron la onda radical y afirmativa de devolver apellidos de esclavizadores (Malcolm X, Mumia Abu-Jamal, Afeni Shakur), rompieron a pedradas los ventanales del edificio hegeliano de negarnos un chininín de historia (bueno, Cheikh Anta Diop acabó por demoler esa construcción con sus investigaciones científicas); después de esa revolución, ninguna persona negra debería incomodarse porque la llamen así.

José Pablo Feinmann escribe en Página 12, del 2 de agosto de 2015: “El odio al otro siempre es racial. El otro es el negro. La negritud es enemiga de la civilización”. Sin cuestionar nuestras raíces africanas, porque esas están ahí, en nuestra ánima cultural, tampoco, por ahora, debemos meternos en la moda académica de negar nuestra negritud por el tema ‘civilizatorio’. Es válido el argumento de Maulana Ron Karenga: “Decimos que la negritud consiste en tres cosas: color, conciencia y cultura”. Y también un medio efectivo de acción política antirracista. (O)

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