En “Asalto al centro comercial”, próxima obra de mi grupo, Muégano Teatro, el terrorista Comando Zaratustra calma a sus rehenes:
“No hay nada que temer, no nos interesan sus posesiones ni dinero. Nuestra incursión es homeopática, una intervención quirúrgica en el corazón de la anticirugía”.
Él agrega que “con el fin de restituir nuestra justa proporción a escala humana, el presente asalto al centro comercial propone romper el vínculo que ata la depresión al capitalismo, la angustia a la comida y la soledad al cine. Destruidos los patios de comida y las artificiales zonas de juegos infantiles, concluida esta masacre fundaremos una nueva forma de estar en el mundo. Quizás hagamos un huerto”.
Pese a seguir hace mucho a Byung-Chul Han, célebre pensador de la autoexplotación del capitalismo posmoderno, en cuya crítica los individuos creen autorrealizarse en la justa medida de su autosometimiento, me ha asombrado la cercanía de nuestro texto a su reciente declaración de disidencia:
“Yo soy diferente; estoy envuelto en aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El jardín secreto”.
Nacido coreano, Han se inserta en diversas tradiciones alemanas, su nación de formación, entre otras: la idea nietzcheana del filósofo como artista y la crítica marxista a la miseria de la filosofía como pura abstracción; y sus disparos paradójicamente virtuales rubrican clásicos gestos teatrales: las palabras espadas de Hamlet, y el radical cuestionamiento brechtiano de la relación arte-realidad:
¿Cómo dar cuenta de la violencia sin reproducirla? Ansiar acabar con ella sin negar que nos vertebra. (O)
