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El Telégrafo
Christian Gallo Molina

El exilio

26 de abril de 2021 - 00:00

Al igual que en la tan vigente obra de Albert Camus, la maligna presencia del virus se ha convertido en nuestro único asunto. Así, nuestros días pasan, como en “La peste”, a la espera de noticias que nos permitan saber del pronto final de aquel enemigo sin rostro que nos ha reducido a la condición de prisioneros. Y digo prisioneros, por cuanto nuestra libertad, hoy tan añorada, ha sido privada so pena de muerte por una plaga que la humanidad entera hoy tanto lamenta.

La aparición de nuevas mutaciones golpea a la frágil esperanza que la humanidad entera guarda de un pronto final. Y es que como en la Orán del relato camusiano, ya muy pocos se atreven a vaticinar una posible fecha que ponga fin a la compleja situación que vive la humanidad entera.

Entonces, tal como en la antigüedad, el avance del enemigo nos obliga instintivamente a aislarnos, a encerrarnos, a confinarnos, a ser prisioneros en nuestras propias casas. Como si la historia fuese un circulo plano, nuestro presente parece repetir los negros días de los atenienses en aquel 430 y 431 A.C., cuando encerrados en los muros largos, recibieron la visita de una de las primeras pestes de las cuales se tiene noticia. Obviamente, las cosas no acabaron bien ni para Pericles ni para sus hermanos.

Así, exiliados de la normalidad, vivimos con el vacío que produce la incertidumbre y nuestro deseo de volver hacia atrás o de querer adelantar el tiempo hacia el final de todo, consume nuestro ánimo y nuestros días. Como en la narración del filósofo francés, experimentamos el mismo sufrimiento que los prisioneros o los exiliados padecen: el recuerdo inútil del tiempo perdido. Encerrados, nos estrellamos entre las paredes que nos separan de aquello que nunca volverá.

La apremiante emergencia sanitaria que hoy desborda la capacidad hospitalaria ha obligado al Gobierno nacional a decretar, por cuarta vez, un nuevo estado de excepción, disponiendo un nuevo confinamiento. La medida, sin embargo, ha sido cuestionada por varios sectores de la sociedad que no encuentran en ella una solución real a la grave crisis que nos envuelve ya más de un año.

Más allá del pobre manejo jurídico por parte de la Administración, la crítica abunda sobre la necesidad de medidas distintas al confinamiento para combatir el avance de un virus que no da tregua. Y es que luego de un año la situación ha recrudecido en hospitales y al parecer lo hecho hasta el momento ha sido insuficiente. En todo caso, sencillo es echar la culpa al otro, lo difícil es asumir las responsabilidades y tomar conciencia de futuro.

En efecto, si el confinamiento no se acompaña de otras medidas, la situación no va a cambiar. Ideal sería entonces que además del encierro, el régimen tomase medidas efectivas para ampliar la capacidad hospitalaria, o agilizar los procesos regulatorios de medicinas para el tratamiento contra el SARSCOV2 o lo más importante, trabajar en el mejoramiento del hasta hace poco inexistente plan de vacunación, que en otros países ha demostrado ser el pilar fundamental de lucha contra el avance del virus. Sin embargo, ideal también sería que la ciudadanía tomase conciencia de la seriedad de la enfermedad y en un acto reflexivo, optase por ponerse en el lugar del otro y percatarse de que su irresponsabilidad puede costarle la vida a otra persona.

En la novela de Camus, no todo acaba mal.  Al igual que en la vida real, la peste saca a relucir lo peor del hombre (su egoísmo, su miseria, su indiferencia y su pasividad), pero ésta también permite que, en un contexto tan desolado, surjan la fraternidad, la solidaridad y la generosidad como bases para el cambio y la victoria del hombre frente a la adversidad.

Como el narrador de la obra en mención, no abandono la esperanza y no veo la hora que del puerto oscuro suban los primeros cohetes que anuncien el final del tiempo terrible. Y que el silencio honre a todos a aquellos a quienes hemos amado y perdido y el olvido castigue a todos los culpables. (O)

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