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El Telégrafo
Emir Sader

El día y la noche del trabajador

30 de abril de 2018 - 00:00

Nunca como actualmente, en todo el mundo, tanta gente vive de su trabajo, pero nunca como actualmente, en todo el mundo, tanta gente trabaja sin sus derechos garantizados.

Una sociedad cuya riqueza  es resultado de lo que hacen diariamente los trabajadores, cada vez les reconoce menos, cada vez garantiza menos sus empleos, sus derechos, sus salarios mínimamente dignos.

Es alrededor de las actividades del trabajo que la mayoría aplastante de la gente en todo el mundo vive. Entre despertar muy temprano, gastar algunas horas en un transporte muy malo, cumplir una larga e intensa jornada de trabajo, retomar el mismo transporte de retorno, llegar a la casa y recomponer las energías para retomar la misma jornada al día siguiente, para la vida de millones y millones de personas en todo el mundo.

Para la gran mayoría, se vive o se sobrevive para trabajar. No hay tiempo para mucho más. Ni se puede escoger en qué trabajar. Cuando hay trabajo

Porque lo que más caracteriza hoy el mundo del trabajo, en cualquier parte del mundo, en mayores o menores proporciones, es el trabajo informal, el trabajo precario, sin contrato de trabajo, con trabajo intermitente, como define la nueva y cruel legislación del trabajo en Brasil. Es decir, trabajo sin garantía de continuidad, sin vacaciones, ni licencia de salud o maternidad, ni décimo tercero, ni nada de lo que está presente en los contratos formales de trabajo.

La misma identidad del trabajador se va debilitando, en la medida en que la mayoría de ellos tienen varias actividades a la vez, para poder componer el presupuesto familiar. Tantos cambian de actividad de un mes a otro, se arreglan como pueden, juntando varias pagas en el mismo día.

Las organizaciones de los trabajadores, para que puedan defender sus reivindicaciones, a su vez, también se debilitan, dejando a los trabajadores cada vez más fragilizados frente a la ofensiva en contra de sus derechos elementales. En varios países reformas aprobadas en los Congresos o en discurso, en la práctica cancelan toda base mínima de negociación, dejando que el desempleo presione a los trabajadores a que acepten cualquier condición de trabajo, por la necesidad elemental de sobrevivencia de él y de su familia. (O)

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