No es posible negar, que los socialismos del siglo XXI, padecen de una crisis profunda, de desenlace incierto. Sin embargo, esto tampoco nos puede cegar al hecho de que su “adversario” histórico, el capitalismo, tampoco goza de buena salud.
Las dificultades de la izquierda no implican que los crónicos aprietos del capitalismo global se hayan resuelto o se hayan hecho menos serios. Parecemos hallarnos en una situación en que las dos grandes propuestas ideológicas de los últimos doscientos años, sufren de una aguda deslegitimación.
En el caso del capitalismo, puede afirmarse, que este aún no logra recuperarse de la gran debacle de 2008. Hay varias tendencias malsanas que siguen proyectando una oscura sombra sobre la economía global.
Esto se expresa en estancamiento crónico, un aceleramiento de la redistribución regresiva del ingreso, en la depredación de los recursos sociales y naturales comunes, en la rapiña cada vez más acelerada del trabajo, de la naturaleza y de la moneda, el galopante incremento de la corrupción (no, no es un fenómeno exclusivamente latinoamericano y no respeta ideologías) y en la creciente ingobernabilidad del sistema económico global y de sus instituciones.
Y tal vez ello explica que, a pesar de sus fracasos y de sus miserias, los populismos de izquierda o de derecha siguen teniendo éxitos electorales, incluso en el corazón del mundo desarrollado.
Es necesario reflexionar sobre las consecuencias políticas de esta situación y, en especial, sobre la forma como las poblaciones afectadas van a reaccionar frente a un mundo en donde las perspectivas de crecimiento económico se hacen cada vez más problemáticas y con ello las esperanzas de que la economía de mercado pueda volver a la época dorada previa a 1970.
Desde entonces, el aumento de los ingresos ha sido lento y en buena parte movido por el acrecentamiento de las horas trabajadas y del número de miembros del grupo familiar empleados en la economía monetizada. (O)
