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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

¿Qué pasa en nuestros países?

24 de octubre de 2019 - 00:00

Para nadie está claro lo que sucedió en Ecuador, luego en Chile, después en Panamá y parece en toda la región. Pero realmente es un problema mundial. En primer lugar,  constatamos que la ONU quiere ayudar a resolver los problemas globales del siglo 21 con las mismas herramientas que ha estado usando por más de 70 años y son claramente ineficaces.  Las recetas del FMI y de los locales, BID y CAF, para salir de la crisis económica, tampoco resuelven los problemas.

Por otro lado, vemos que el crecimiento basado en un ortodoxo modelo capitalista, ahora llamado neoliberal, no funciona. Y eso pone a prueba la sobrevivencia de la democracia, pues está demostrado que tampoco funcionó el modelo socialista.

Entonces, ¿qué nos espera ahora? La primera respuesta popular es la tensión social que se desborda disparada por cualquier motivo: eliminación del subsidio a los combustibles, incremento del pasaje del Metro, alto costo de la educación, poca accesibilidad a los beneficios sociales y así por el estilo. Nuestros países comparten un problema similar: la tremenda desigualdad económica y social, que ha creado una barrera infranqueable para que el pueblo tenga acceso a mejor educación, buena atención de salud y quizás un aceptable nivel de vida. En el Ecuador, el sumak causay (el buen vivir) no fue más que una declaración de buenos propósitos, que enmascaró corrupción y proporcionó un maquillaje que ocultaba la real desigualdad social.

El levantamiento indígena ecuatoriano podía explicarse por la falta de atención del Estado para atender los lacerantes problemas de la población y la crisis económica del país. Y siempre hay la idea de la conspiración de la izquierda para crear convulsión social con el fin de derrocar al gobierno y que regrese Correa.

Soy quiteño y en mi generación el deporte practicado con frecuencia por décadas era derrocar gobiernos. No es necesaria una oscura conspiración marxista para derrocar un gobierno. Dejen esa tarea a los quiteños, que para eso son buenos, como lo atestiguan Abdalá, Jamil y Lucio.

Chile ha pasado de ser un oasis de bonanza económica, a un estado de guerra social. La protesta realmente ha expuesto una profunda ira y resentimiento del pueblo ante un sistema económico que excluye a la mayor parte de los pobres, de un inigualable crecimiento de la economía del país que ha sido ejemplo para el mundo. Y ese es el espejo donde tenemos que mirarnos. (O)  

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