En esta columna he abordado especialmente temas relativos a la cultura constitucional, a los derechos de todos y cada uno y una, y de algunas de las instituciones públicas que los promueven y protegen. Estos derechos son inherentes a las personas y colectivos, pero también arreglos institucionales que expresan nuestros más importantes valores y necesidades, así como los acuerdos estructurales de una sociedad democrática.
Una vez que hay la expectativa cierta de que la Asamblea Nacional me posesione como juez de la Corte Constitucional, por respeto al país, a ustedes, estimados lectores, y a la nueva Corte Constitucional, lo más serio y prudente es retirarme de la columna que he mantenido en este importante diario.
Hace años leí un libro titulado Fortalezas de Colombia, de Fernando Cepeda. Es una obra sobre lo positivo y noble de ese hermano país. Llamo a quien quiera y pueda hacerlo a escribir un libro sobre las fortalezas de Ecuador. Es un libro que nos falta y que todos deberíamos leer. Vamos a trabajar duro, con mis destacados colegas, para que la nueva Corte Constitucional merezca un capítulo en ese libro.
Este optimismo constructivo lo necesitamos cuando Ecuador confronta dificultades y riesgos en cuanto a los derechos, la democracia y la paz.
Si valoramos más todo lo que tenemos de positivo como país, tendremos más fuerza para lidiar con nuestras debilidades y problemas, más conciencia de nuestras grandes potencialidades. Ecuador es, objetivamente, un país muy bello por su diversidad cultural, biológica y regional; es un país que ha construido mejor la paz que sus vecinos. Por sobre todo, está su gente, amalgama asombrosa de rebeldía y pacifismo, de sencillez y orgullo, y que ha tejido una historia ejemplar en términos de valores y luchas.
Agradezco a EL TELÉGRAFO y su director, Fernando Larenas, la gran oportunidad de comunicarme por este medio con mis conciudadanos; y gracias a ustedes, estimados lectores, por su interés en esta columna. (O)
