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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Dos cimarrones en la 125th Street

20 de mayo de 2015 - 00:00

Malcolm X y el Abuelo Zenón se tropezaron delante del teatro Apollo, en la 125th Street, al principio dudaron, pero cada uno observó en el otro las huellas originales de Kwame Bamba, que según el Poeta es “antiguo caminante que anda y anda”. Más que la casualidad de un encuentro fue el cumplimiento de unos pálpitos certeros e ineludibles.

Se saludaron sin las dudas preliminares de la naciente amistad y en el próximo bar animaron el conversatorio. Era otoño de 1964, la garúa puntual de esos días no fastidiaba a los transeúntes y las vidrieras ofrecían nítida la sencilla estética de los matices de la tarde. Ambos de la nación africana de la diáspora y ambos se decían ‘negros del campo’, o sea cimarrones. Confirmada la coincidencia se inició el nkame (parla de las autoridades mayores).

“Una raza humana es como un individuo, hasta que no use su propio talento, se enorgullezca de su propia historia, exprese su propia cultura y reafirme su propia existencia, nunca podrá realizarse”, avanzó Malcolm X. El Abuelo Zenón bebió su café y susurró: “Mucho de lo que ahora nos afecta como pueblo, tiene que ver con lo que hemos aprendido de los otros, de los que se benefician de nuestras decisiones y de nuestros entendidos”. Malcolm X asintió y continuó la rima: “Los afroamericanos tenemos que unirnos y trabajar juntos. Tenemos que sentirnos orgullosos de la Comunidad Afroamericana, porque es nuestro hogar y nuestra fuerza”.

El Abuelo Zenón observó a un pensativo Malcolm X, le dio un golpecito en el hombro y con su tono bajito dijo: “Cuando la voz de los mayores cuestiona la certeza del presente, entonces las nuevas generaciones tienen que echar una mirada al camino recorrido para medir lo andado y para corregir el rumbo que llevamos, si fuera necesario”. Malcolm X escuchó unos largos minutos, sonrió y elevó un poco la voz: “Cuando nos unimos tenemos un ritmo totalmente nuestro. Tenemos un ritmo que nadie puede marcar más que nosotros, porque tenemos una razón para marcarlo que nadie puede entender, salvo nosotros”. Sonrieron por la combativa sintonía cimarrona y la memoria colectiva distribuida en el territorio imaginario que iba de Harlem a Playa de Oro.

Alguien activó en la vitrola un tema de B.B. King, se dejaron llevar por voz y guitarra, fueron y volvieron de sus geografías de blues y chigualos. “En el tiempo de los mayores, las leyes para el uso compartido de los recursos de la montaña madre y de las aguas no estaban escritas, pero tampoco eran enunciados que nadie obedecía. La racionalidad era una ley que ordenaba, usar lo necesario de aquello que es propiedad colectiva.

Esa misma ley mandaba a cuidar lo que es de todos, porque a todos nos sirve”. A Malcolm X le brillaron los ojos y confesó: “Esta generación, especialmente la de nuestro pueblo, carga con un gran peso, más que en cualquier otro momento de la historia. Lo más importante que podemos aprender a hacer hoy día es pensar por cuenta propia”. Axê. (O)

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