A principios de los 80, la Dra. Dorothea Ross hizo una investigación sobre dolor infantil, preguntando a 150 niñas y niños con leucemia, ¿cuál había sido su peor experiencia de dolor? Esperando encontrar respuestas relacionadas con la enfermedad y su tratamiento, su sorpresa fue enorme, cuando la gran mayoría de niños referían como la peor experiencia de dolor el haber regresado a la escuela y ser burlados por su calvicie, su flacura y su color. Esta investigación da cuenta de los efectos devastadores del acoso escolar.
Se conoce que las repetidas experiencias de humillación, aislamiento, abuso físico y psicológico dejan profundas heridas que se quedan plasmadas de por vida en la memoria emocional de las víctimas; al tiempo que los abusos de poder predicen a mediano y largo plazos situaciones delictivas, de maltrato y de conductas autodestructivas en los agresores; y ser testigo de violencia, en cualquiera de sus formas, termina insensibilizando al resto del alumnado.
Como vemos, el acoso escolar no es un problema individual propio de la infancia y la adolescencia a ser resuelto por el alumno y sus padres, tampoco es un problema disciplinario, es una forma de violencia interpersonal comunitaria que debe ser prevenida, así lo establece la Organización Mundial de la Salud.
En Ecuador, el acoso escolar afecta a uno de cada cinco estudiantes de entre 11 y 18 años de edad, y quienes lo sufren, en 26%, afirman que han intentado suicidarse (Unicef, 2016).
El 2 de mayo es el Día Internacional contra el Acoso Escolar, fecha que nos recuerda que la escuela debe ser un lugar donde las niñas, niños y adolescentes se sientan cómodos, aceptados y, sobre todo, felices, aunque muchas veces se convierten en lugares donde ellos sobreviven.
La gran mayoría de países del mundo han promulgado leyes que atienden y previenen este mal social y han puesto en marcha planes integrales de lucha en su contra; lamentablemente, en nuestro país aún no se ha hecho nada para prevenirlo y atenderlo. (O)
