Hay suficientes estudios que demuestran el brutal problema estructural de la desigualdad en América Latina. Datos que son tomados de manera muy relativa, dependiendo de la posición ideológica que se tenga. Momento donde eso de estar en la izquierda o en la derecha -para la derecha- no importa, sino el que la “libertad individual” prime y después ¡sálvese quien pueda!.
Con tantas evidencias parecería que a los sectores acomodados poco les importa este grave problema, porque al fin y al cabo sus ingresos y capacidad de consumo e incluso de ahorro han mejorado, por lo tanto, eso de la desigualdad termina siendo un problema de pobres entre pobres y que en última instancia el Estado debe hacer algo, no como deber ético o derecho humano, sino hacer algo para contener cualquier tipo de reacción de esas masas contra sus privilegios de clase y, por tanto, a pesar de las evidencias de que si no se disminuye la desigualdad, las posibilidades de salir del subdesarrollo se reducen, la desigualdad termina siendo un tema de comentarios o de análisis entre grupos tecno-académicos, mientras el grueso de la sociedad no logra reaccionar ante este mal.
Ecuador, parte de esta América Latina, debe disminuir las brechas de la desigualdad para esta y las futuras generaciones, si no las condenaremos antes de que vengan al mundo.
Se puede reducir la desigualdad sin necesidad de tener un crecimiento sostenido, pero, como bien afirman los expertos, tener un buen crecimiento ayuda sustancialmente a su reducción, pero lo que sí es innegociable es que sin mayores impuestos no se alcanzará una mayor igualdad.
Por eso es vital para sociedades, Estados y gobiernos democráticos -no neoliberales- gravar la riqueza, los altos ingresos, el consumo suntuario, las rentas extraordinarias, etc., para permitir no solo reformas sino cambios estructurales como son la inversión en educación, salud, ciencia y tecnología, que permitan giros estructurales de forma acumulativa.
Pero como ya lo alertaba la Cepal en abril de este año: son evidentes los “signos de estancamiento” y eso no es solo producto de la baja de los precios de los commodities, sino de políticas, sin duda, neoliberales privatizadoras que favorecen, una vez más, al empresariado. Gobiernos ingenuos (?), seducidos por el falso maná del crecimiento, de los tratados de libre comercio y la inversión extranjera. Una vez más los viejos años 90 y su vieja partidocracia. (O)
