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El Telégrafo
Viviana Núñez

Debe ser escuchado

14 de enero de 2019 - 00:00

Como todo paradigma establecido, su deconstrucción y cambio lleva un proceso. Vivir en un pueblo permite mirar las cosas más de cerca. Cuando mi hija mujer era chiquita, pensaba, como resultante lógica del patriarcado, que algún día ella sería Reina de la Manzana, en Villa Regina, lugar donde nació.

En tal caso debería estar preparada -suponía- para el reinado. Ahora, a la luz de las realidades que conozco, me río de mí misma. Hace más de 15 años vivo en Villa La Angostura. Una cosa que me llamó la atención fue que las niñas locales no resultaban ganadoras, es decir: con la fisonomía de las mujeres propias del lugar. El estereotipo de la rubia sonriente se imponía año tras año.

Pero en realidad no había una tarea de representación de la cultura e identidad del pueblo. Se las bonificaba, sí, con una beca estudiantil que durante el reinado pagaba el Municipio. Así, alenté a mi hija a que se presentara, ya que es una joven comprometida socialmente, trabaja y estudia con responsabilidad y abrazó a este pueblo como a su propia cuna.

También es bonita según los cánones, lo que le daba el changüí para el concurso; ¿qué podía fallar? La respuesta la obtuve de una miembro del jurado: “Tu hija es muy linda, pero ‘Fulanita’… hace tiempo que participa y nunca gana. Por ahí la próxima vez le toque a la tuya”. Y nada cambió.

Como soy técnica universitaria en Gestión Cultural, estudié aspectos de la vida del pueblo en ese plano. Para el subsecretario de Cultura, el tema resultaba espinoso y comenzó a hacerme consultas al respecto. En principio casi ninguna de las postulantes tenía idea muy clara de cómo era la gente y el lugar donde vivían.

Se estableció entonces una capacitación previa obligatoria. Pero dos variables iban en aumento: primero, la insistencia de padres y novios para que las chicas se presentaran; segundo, las chicas no querían presentarse.

Si bien el subsecretario rotaba a los jurados y los constituían confidencialmente para que ninguno conociera a sus pares, y menos aún a las participantes, de todas formas, por hábitos y costumbres, aunque no podía decir quién resultaría ganadora, sabía intuitivamente quiénes no lo serían.

Y este es un punto de inflexión, sumado a los dos indicadores anteriores. La merma voluntaria para la participación estaba anunciando algo que debía ser escuchado. (O)

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