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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

De corazón para Ana Belén

16 de marzo de 2016 - 00:00

(Aunque nunca lea estas líneas). A mujeres como Ana Belén no hay libro que las aguante, repito un verso ocho-marcista del ekobio Silvio Rodríguez. Hoy es 8 de marzo y me acordé de usted, porque la densidad del olvido no compromete algunas memorias del corazón cimarrón y a usted, desde nuestra negritud americana, la entendemos como una cimarrona. Después de la debacle del socialismo como lo quieran clasificar, ciertas acciones y aquellas palabras que las describían se convirtieron en anacronismos políticos. ¿Internacionalismo proletario o solidaridad internacionalista? ¿Eso qué diablos fue?, ¿cómo entenderlo desde el egoísmo pragmático del siglo XXI?

Su clave numérica de prisionera federal es 25037-016, del Federal Medical Center, de Fort Worth, en Texas, Estados Unidos. A usted, Ana Belén, la acusaron de espiar para Cuba, aunque ningún funcionario cubano se acercó a usted para reclutarla por medios lícitos o ilícitos ni vendió secretos militares o comprometió la seguridad del Estado estadounidense por filtración de datos ultrasecretos; nada que ver, apenas un sencillo acto de justicia para proteger vidas humanas de ambos países enredados en una peligrosa contradicción. Cuando le preguntaron sus motivos para obrar como obró, usted, sin poses de heroína, dijo: “Todo el mundo es un solo país”. O como dijeron los ancestros de este jazzman: “El remedio de las personas son las mismas personas”. La creyeron desquiciada y la guardaron en esa prisión para personas con deficiencias mentales. Claro, no esperaban un discurso afro-zen.

Su destino está en su propia naturaleza: nació en Alemania, de familiares portorriqueños, es ciudadana estadounidense y creyó en la solidaridad mundial, empezándola por un país bajo permanente amenaza militar. Su vida, Ana Belén, parece de ficción pero es tan cierta (y quizás de idéntico material humano) como la de Richard Sorge, Rudolf Abel, los cinco de la Operación Avispa o Enrique Duchicela Hernández (compatriota de este escribidor). Una persona como usted, Ana Belén, llena de mucha vitalidad comunitaria y es tanta que aun así no logra colmarla, hasta el sol de este miércoles sobrevive en absoluto aislamiento. Son 10 años de estar sepultada en la plenitud de su vida. Usted no puede recibir visitas, correspondencia, paquetes; ni relacionarse con nadie que no sean su compañera de celda o sus carceleros.  

Usted, Ana Belén, no perjudicó a nadie ni siquiera apuró el aleteo de una mariposa para desencadenar una tormenta en Washington; total asepsia ética. Sus palabras delataron sus intenciones: “En ese país mundial, el principio de amar al prójimo tanto como se ama uno mismo, resulta una guía esencial para las relaciones armoniosas entre todos nuestros países vecinos”. Volviendo a Silvio, en una licencia mitológica, él dice que “hay muertos que alumbran los caminos” y alguna ánima bendita salió de ese cementerio de vivos para decirle a ‘su’ mundo que usted, de muerta no tiene na’. Axê. (O)

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