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El Telégrafo

Cuidado con esa mujer

07 de marzo de 2013 - 00:00

En la puerta de un banco de la ciudad, una humilde campesina, de zapatos chuecos, espaldita encorvada, con una angustia que no podía disimular, tenía en sus manos un pedazo de lotería. Enseguida se acercó a una dama encopetada y le dijo: “¿Me puede ayudar, patroncita? Necesito cobrar este premio".

A pesar de la desconfianza casi instintiva, la dama miró el número y en ese momento —¡feliz coincidencia!—, un vendedor de lotería se acercó con natural curiosidad y confirmó que ese trocito era el ganador de cincuenta mil dólares.
“¿Cincuenta? ¿Cuánto es eso? ¿Es más de tres mil setecientos?”, preguntó la campesina, y empezó a explicar, con voz entrecortada, que necesitaba tres mil setecientos para una operación y quería saber...

En ese momento la señora encopetada agarró por el brazo a la pobre mujer y le exigió al vendedor de lotería que se alejara. El hombre obedeció con alguna resistencia, sin poder ocultar su excitación y asombro. Más tranquila y alejada del corrillo que se empezaba a formar, la campesina aclaró su pregunta:
“Quiero saber si ese dinero alcanza para pagar tres mil setecientos…".

“No, mi amor, no te alcanza; pero yo los completo con mucho gusto”, dijo la dama encopetada. “Así que dame el pedazo de lotería y yo te entrego ya mismo los tres mil setecientos para la operación. Sólo tengo que sacarlos de mi cuenta. Pero te advierto que eso es mucho dinero y lo mejor es que tomes un taxi a casa. Alguien se puede aprovechar y te los puede robar. Hay gente así”.

La campesina aceptó feliz, con lágrimas de gratitud por aquel gesto bondadoso. Entregó el trozo de la lotería y se marchó con los tres mil setecientos en efectivo.
Media hora más tarde, en la oficina central de la lotería, la dama descubrió la estafa cuando supo que el boleto de la lotería era falsificado. Pero eso no se iba a quedar así. De allí corrió a la estación de Policía. Denunció, dio datos, y se realizó el identikit de la estafadora.

Después de tres días la Policía detuvo a la delincuente cerca de otro banco. Cuando la capturaron, la mujer chilló, como una ratica acorralada y se orinó en los calzones mientras la esposaban y la empujaban a la patrulla. La dama afectada identificó a la detenida, que era una estafadora y gran actriz. La noticia se conoció en todos los medios y la sociedad respiró tranquila porque tras las rejas estaba una delincuente avezada, que ya no podría repetir sus triquiñuelas.

Pero, ¿quién es la delincuente más peligrosa? ¿La mujer humilde que robó tres mil setecientos a la encopetada? ¿O la gran dama que le robó casi cincuenta mil a una pobre mujer?

La mujer pobre está tras las rejas. La otra, libre y pertenece a un grupo que hace obras de caridad. Por eso hay que estar alerta y gritar: ¡Cuidado con esa mujer! Con la encopetada, por supuesto.

Por terribles que sean las damas del ajedrez, no lo son tanto como algunas de la vida real:

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