Causa asombro el sinnúmero de chistes a propósito del apellido alemán del flamante vicepresidente ecuatoriano: Sonnenholzner. Alguien decía en Twitter que si las bromas se hubieran producido sobre algún apellido de origen indígena, Caiza, Quishpe o Chimbo, habría habido acusaciones de racismo, pero en este caso muchos se sumaron a las burlas. Si los vicepresidentes han caído por corruptos y se han burlado de la credibilidad de un país, bien podía ser hora de reír de ellos, por anticipado. Ya se pronosticaba que sería fácil gritar: “¡Fuera, Schnauzer, fuera!”.
La mofa, siempre y cuando recaiga sobre otro y no sobre uno mismo, suele conseguir adeptos. Si ese otro, además, huele a poderoso, se sumarán más risotadas, porque la sátira suele ser una de las formas en las que los débiles –o los que se perciben como tales- emplean como revancha contra los fuertes.
Según varios reportes, en la nominación de Otto Sonnenholzner hubo descuidos en el procedimiento: los asambleístas debían ser más rigurosos. Hacer escarnio leve o pesado del otro a través de chistes o discursos cargados de prejuicios resulta complaciente, pero respetar los procedimientos legales o vigilar su cumplimiento es divertido, popular e incorrecto.
Sonnenholzer, economista, hombre de negocios y comunicador, sobre todo en su tiempo libre, tiene menos de cuarenta años y ha dedicado su vida a actividades empresariales a través de contratos con el sector privado y público. Está casado con una licenciada en Filosofía, animadora de un proyecto de huertos urbanos y agricultura limpia. Como representante gremial, el hoy vicepresidente se opuso al cierre de radios y periódicos, como El Universo, impuesto por el anterior Gobierno.
El descendiente de alemanes y libaneses, Ramón Sonnenholzner, puede representar una oportunidad para enfrentar la crisis económica y ética que vive este país, felizmente habitado por múltiples lenguas y culturas. El optimismo no nos quita la mirada crítica, pero aún no es tiempo de la desconfianza. (O)
