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El Telégrafo
Cecilia Velasco

Criada, china, doméstica

29 de diciembre de 2018 - 00:00

En la película Roma, del mexicano Alfonso Cuarón, hay una escena en la que la empleada doméstica -que no sabe nadar- entra al mar porque corren peligro los niños de la familia para la que ella trabaja. La escena muestra un mar agitado y a la joven que se arroja, medrosa pero decidida.

Alguien de entre el público le dice a un acompañante que vive la ficción como si fuera la vida real: “No sufras, no son los niños los que van a ahogarse”. La frase podría referirse a que sería peor si la víctima fatal fuera un infante, pero podría significar también que la vida de una criada no tiene tanta importancia.

Las relaciones establecidas tradicionalmente en América Latina entre los patrones y sus empleadas (domésticas, chinas, sirvientas, cocineras, criadas, mucamas) se ha caracterizado -con excepciones- por la explotación laboral y por dosis variables de humillaciones: el trato personal, la vajilla, el menú, el cuarto de baño, los espacios asignados a la servidumbre están claramente diferenciados del resto de la casa y, claro, son de inferior calidad. Las empleadas “puertas adentro” suelen laborar sin horario.

No es raro ver familias que salen de paseo los fines de semana: como los adultos no pueden hacerse cargo de los niños (uno o dos), la empleada, uniformada, los acompaña, manteniendo la necesaria distancia. No es raro, aún, que se contrate a chiquillas del campo, que trabajan en lugar de vivir, a cambio de techo, comida y un sueldo irrisorio. Para no hablar del horror de la empleadita violada por el patrón o el hijo del patrón.

El que una persona ajena lave nuestra ropa y los platos que ensuciamos, limpie nuestros inodoros, tienda nuestras camas y recoja nuestra basura es, en rigor, una herencia del pasado colonial. Muestra la falta de responsabilidad sobre una misma y sus cosas más íntimas. En ciertos casos, la atmósfera hogareña en la que se dan las relaciones entre la señora y la empleada posibilita un clima de mutuo respeto y afecto, pero la distancia jerárquica no deja de entrañar cierta crueldad. (O)

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