Cuando se habla de la construcción sociocultural del género debemos tener claro que tal postura es la que ha generado las diferencias y la discriminación históricamente y que la realidad actual demanda el cambio al sistema heteronormado.
En otro editorial referí el uso hasta violento disfrazado de pedagógico para intentar “corregir” a aquellos diferentes. El Ministerio de Educación debería revolucionar las “prácticas educativas” que obligan a la niñez a situarse en roles determinados, como: los hombres juegan fútbol y las mujeres en elecciones de belleza; si no lo hacen o gustan de otras actividades o deportes, son estigmatizados como marica, gay, rara, etc. Esto afecta su desarrollo formativo, crea exclusión y afecta su desempeño educativo.
La sexualidad es una manera cultural de expresar deseos y placeres corporales; la construcción social ligada a la identidad, por ejemplo: qué tipos de ropa y colores nos gustan; intervenir nuestro cuerpo (gimnasio o cirugías estéticas), peinarnos de tal forma, saber cocinar, jugar con muñecas o muñecos, carros, pelotas, etc.
Entonces, ese “sistema heteronormativo” se convierte en una estructura socioeconómica que opone hombres con mujeres “complementados” por la reproducción basada en una familia nuclear. Y eso no está mal. Pero normaliza e impone un estándar de vida, felicidad y autorrealización en el matrimonio y los hijos como obligación. Súmele a eso la religión, su color de piel y estrato económico.
El concepto, además de cuestionado, también está evolucionando y revolucionando. Mientras el establecimiento conservador, retrógrado y violento busca impedirlo.
Quienes pregonamos una educación sexual no homogeneizada proponemos que se eduque con nuevo material didáctico, la reformulación en la formación de docentes. No presuponer la heterosexualidad de las personas ni desde su niñez. No esconder el interés de los niños por la sexualidad y educarlos en el respeto a sus semejantes y diferentes. (O)
