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El Telégrafo
Mariana Velasco

Confundidos y alertas

30 de septiembre de 2020 - 00:00

Vivir, implica determinar la mente. Es estar en el momento despierto, vivo y ser capaz de disfrutar el instante de ingenio para llevar una existencia ocupada, aparentemente equilibrada, llena de variedad, satisfacción y alegría.

Todos conocemos a alguien que vive la vida al máximo. Ese ser o seres que obligan a qué, asuntos como el sentido del ocio, felicidad, naturaleza, viaje, cultura o religión, sean vistos y analizados con nuevos ojos. También hay de los otros que llegan a la adultez, sin reconocer lo más importante que aprendió sobre la existencia, probablemente por falta de claridad. Sin ella, no hay esperanza de alcanzar lo máximo que la vida tiene para ofrecer.

Las reflexiones en torno a juventud - vejez y cómo vivirlas, son  necesarias así como el desafío de conquistar ‘tierra incógnita’, ese nuevo tiempo que la medicina ganó, esta expectativa de una vida larga  compartida cada vez por más gente, es celebrada por la ciencia como un logro en la batalla de la humanidad contra la parca. 

El virus, caótico y global al no existir un lugar para ponerse a salvo de un mal que aparece como inexplicable, absurdo e incomprensible al poner en juego la vida, sacude a todos por inesperado. En este semestre de cambios y aprendizajes en la vida cotidiana, tensión por el cuidado minucioso de la salud e incertidumbre por la sostenibilidad económica, es posible que se precipiten malentendidos y desacuerdos; el diálogo se convierte en el elemento esencial para crear un ambiente de confianza y afecto, un camino para lograr el cuidado mutuo y la búsqueda conjunta de alternativas.

Aunque la pandemia vino a confrontarnos con la posibilidad de muerte al marcar el panorama como incierto, de a poco, las personas aprovechan la oportunidad de verse cara a cara con su parentela, así como reunirse con la familia del corazón. A los encuentros cargados de alegría y emoción, aún les falta besos y abrazos que son reemplazados por gestos y ausencia del tacto como ofrenda para de forma paulatina entrar en la cotidianidad como escape a la inminente posibilidad de la propia muerte. No hay manual de instrucciones.

Corazón contrito al saludar a través del codo a los amados hijos, a la nieta que hasta ayer era una cara definida por pixeles; difícil, casi imposible, no estirar los brazos y domesticar las pulsiones afectivas. El lenguaje del cuerpo no sabe otra forma.

En un primer momento el aislamiento resultó tranquilizador. Tuvo buena adhesión no sólo porque es una medida epidemiológicamente efectiva, sino porque permitió poner distancia de quienes percibíamos como potencial peligro. Con el tiempo, el temor se hizo costumbre para generar una nueva rutina que permita despegarse -momentáneamente- del miedo a fallecer.

¿Cómo retomar el abrazo sin sospechas o sin miedos? Vamos confundidos y alertas al cuestionar que el límite de la vida es llamativo pero secundario porque frente al Covid, se desconoce sí nuestro cuerpo es una amenaza o una compañía, al igual que la figura ajena. (O)

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