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El Telégrafo
Cecilia Velasco

Nuevo cine nacional

15 de septiembre de 2018 - 00:00

La primera de las películas ecuatorianas de la nueva generación que vi con entusiasmo fue Ratas, ratones y rateros. Por razones íntimas, recuerdo la banda sonora en la que incluía la canción del Diablo Quiteño, cuyo talento habría merecido mejor suerte. Está nítida también la imagen de jóvenes de la pobreza que empiezan el arduo camino de la vida.

Sebastián Cordero se estrenaba como director de este filme, que aborda el mundo de lo marginal: ladronzuelos de poca monta bordeando los límites de lo trágico.

El último filme de Cordero, Sin muertos no hay Carnaval, vuelve a ubicarse en el terreno de la pobreza y lo precario, pero además de la problemática social, la crueldad, el dolor, el malestar existencial constituyen elementos claves.

Se ha criticado la apuesta de los directores por un cine que aborda atmósferas oscuras, cuyos personajes pertenecen a clases subalternas y viven al margen de la ley y la moral, con el argumento de que reafirman el estereotipo de una América Latina plagada por la ilegalidad, las drogas, la violencia, la ignorancia. Obviamente, una película no debe dejar de verse como un producto autónomo de la realidad.

Diego Araujo Moreno se estrenó hace unos años con Feriado, película en la que el elemento más valioso es un sutil encuentro amoroso masculino entre dos jóvenes. Hace poco acaba de lanzar una nueva propuesta cinematográfica de enigmático título, Agujero Negro, que refresca el panorama del cine nacional porque se ocupa de personajes más cercanos a la esfera del propio director: jóvenes intelectuales, escritores, artistas visuales que empiezan sus proyectos vitales como escribir la primera novela o traer al mundo un hijo. Este gesto, abordar historias no de esos “otros”: los pobres y ladronzuelos, sino de unos que están más cercanos, me parece valioso. La  mirada no está exenta de ironía. Es generoso burlarse compasivamente de sí mismo.

Agujero negro rinde un homenaje a la autenticidad juvenil y se burla de la arrogancia de la política. Una película que no hay que perderse, incluso en tiempos de crisis. (O)

 

 

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