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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

La vida sencilla

16 de mayo de 2020 - 00:00

Mientras más vivimos el encierro, más sentimos como si regresáramos al pasado.  Debe ser que necesitamos menos cosas ahora.  De repente se agolpan los recuerdos de cómo y con qué nuestras familias solucionaban la vida diaria. Entendemos mejor por qué nos gustan tanto las canastas, los baúles, las ollas de barro, las pailas de cobre, las piedras de moler. Es porque esos objetos representan para nosotros la vida sencilla.  Una vida en la que teníamos menos, en la que todo era más pausado, en la que conocíamos y saludábamos a la gente del barrio, en la que teníamos más tiempo, en la que no estábamos en competencia con nadie.

Encerrados en casa, de nuevo nos parecen valiosos los periódicos viejos para usarlos para las faenas de la casa. Con ellos limpiamos los espejos, quitamos la grasa de los sartenes, nos sirven forro de la mesa en donde trasplantamos macetas. Los recuerdos de la infancia vuelven mientras experimentamos de nuevo el pasar largas horas dentro de casa.   Vivimos un tiempo cuando no existía variedad de shampús, sino jabón negro; no había teflón, sino ollas de hierro obscuro; no había cocinas de inducción, sino leña o carbón. Y nos hace gracia pensar que todavía nuestras madres nos permitían tomar duchas calientes en la azotea con lavacaras de agua calentada al sol. No conocíamos la palabra estrés.

Igual que en el siglo pasado experimentamos ahora, desde nuestras casas, que no hay ruidos de motores que nos contaminen con su ruido. No nos urge arreglarnos para salir y mostrarnos al mundo.   Tampoco tenemos apuro de ir a un centro comercial. Llevamos una vida sencilla con menos, sin ruido, sin aspavientos, sin apariencias, contemplamos mejor los paisajes, los pájaros y animalitos se vuelven más domésticos. Es hora de la introspección.

Deberíamos proponernos crear una nueva normalidad que nos dé paz, sin cargar de ficciones, movimientos y sonidos estridentes nuestra vida y nuestro mundo. El desprendernos de todo lo que es inútil, espiritual y materialmente, nos enriquecerá.   Ya lo estamos experimentando en el aislamiento.   Esa nueva normalidad que crearemos nos hará sentirnos ligeros de equipaje. Recordemos con Henry D. Thoreau que “El precio de cualquier cosa es la cantidad de vida que intercambiamos por ella”. (O)

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