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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Cartas de amor entre volcanes

11 de enero de 2018 - 00:00

En estos días, los volcanes ecuatorianos vuelven a sus antiguos amores. Esto, porque en la mitología de los señoríos étnicos -anteriores a los incas e ibéricos- las nieves en sus cimas fueron entendidas como señales. Así, por ejemplo, el Taita Imbabura entregaba el hielo de su cumbre para enamorar a la Mama Cotacachi, al norte del actual Ecuador. En el centro, en cambio, los colosos Chimborazo y Carihuairazo (Monte del viento fuerte), según otras versiones el Cotopaxi, se disputaban los quereres de la Mama Tungurahua (que significaría gargantita, por su cono).

Hemos podido presenciar -debido a los vientos calientes amazónicos estrellados en los farallones de la cordillera- un espectáculo blanquecino en la llamada Avenida de los Volcanes, que asombró también a los viajeros científicos del XIX, como Humboldt, Whymper, Wolf o Kolberg; y antes a los geodésicos franceses (los españoles no ascendían a sus cumbres).

Para Marcelo Naranjo, en el tomo V de Imbabura, del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (Cidap), los elementos naturales no son, en la cosmovisión indígena, un puro paisaje estático que el humano puede alterar. Como si se tratara de las deidades de otros lares, los montes y lagunas están animados “y realizan actos intencionados para bien o para mal de los hombres; como estos, poseen sentimientos, toman decisiones, etc.”. En el libro señala que los temblores, siguiendo al mito, son los “bramidos” que el Taita Imbabura enviaba a la Mama Cotacachi, con quienes tuvieron dos hijos: Putujura y La Negra, que no son otros que los islotes de la laguna de Cuicocha (Laguna del cuy).

Pero los seres míticos también pueblan las montañas. Allí están los chuzalongos (pequeños jóvenes, en la traducción); unos de arriba y otros de abajo, siguiendo las maneras de entender al mundo, en este caso de los caranquis, quienes florecieron de 1250 a 1550 de Nuestra Era y cuyos descendientes aún se resisten a olvidarlos, en medio de la destrucción de parte de las 5.000 tolas en la actual provincia de Imbabura. Curiosamente, como nos recuerda Sabato, las tres religiones monoteístas más importantes
-judaísmo, islamismo y cristianismo- nacieron en el desierto.

Los mitos antiguos del país, en cambio, dependen de las montañas dadoras de agua y bendecidas por las dos cordilleras. Es por eso que, en términos geológicos, cada provincia serrana tiene su propio Baños y su Mindo, pero pocos lo pueden ver. (O)

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