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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Carnaval en Ambato

16 de enero de 2016 - 00:00

En la época de carnaval, Ambato es el lugar donde ocurre uno de los eventos clave del imaginario de país: la Fiesta de las Flores y las Frutas. Los inicios no fueron fáciles. La región sufrió un terremoto en 1949, con epicentro en Pelileo, que dejó muchas poblaciones destruidas. Este fue el caso de Ambato. Innumerables fueron las pérdidas, pero lo más lamentable fueron las, aproximadamente, 20.000 personas que fallecieron. La ciudad de Ambato parecía estar sumida en una tristeza profunda, junto a sus edificios -muchos de ellos coloniales- en ruinas.

Sin embargo, en Tungurahua, como en Ecuador, sus habitantes se han levantado una y otra vez de las desgracias. El país está ubicado en una frágil geografía y muchas de sus ciudades importantes han sufrido terremotos. En 1797 un dantesco sismo destruyó la antigua Riobamba y después de dos años se reasentaron en las llanuras de Tapi. En 1868, un terremoto destruyó Ibarra, la actual capital de la provincia lacustre de Imbabura. Los ibarreños se tardaron cuatro años para volver a su ciudad, mientras vivían en la cercana población de Santa María de la Esperanza.

Ambato, al momento del suceso de 1949, era una populosa ciudad debido al comercio iniciado en la época colonial y también decidió levantarse. No solo eso, después de una dolorosa migración, quienes se quedaron juraron que Ambato volvería a sus esplendores. Esta promesa fue hecha en una noche, junto a los restos de uno de sus mayores: Juan Montalvo, quien fue sacado de su mausoleo donde aún se conserva momificado. Así cuentan los sobrevivientes para explicar la tenacidad de estas tierras. Aún, por ejemplo, hay los rastros de Píllaro Viejo y el Señor del Terremoto, en Patate.

Era en esos momentos dolorosos que los habitantes de Ambato necesitaban asirse a algo que los mantuviera con esperanza. Nada mejor que la alegría para contrarrestar las penas, pensaron algunos de los representantes de esta ciudad que aún limpiaba los escombros.

Por este motivo, el 17 de febrero de 1950, a un año del desastre, la Municipalidad de Ambato formuló el Acta de Fundación de la Fiesta de las Flores y las Frutas, “como la prueba de la más típica y legítima ambateñidad que anima a la ciudad y a la provincia”, según consta en un documento que llegaba en un momento clave porque insuflaba otra vez de vida a una ciudad que había padecido los embates de la naturaleza. El 30 de octubre de ese mismo año se promulga la ordenanza que funda y pone estatutos en esta celebración que, con el tiempo, sería la más grande de Ecuador.

Gilberto Molina Correa, con hondo espíritu, escribió: “La fiesta tiene su historia, su filosofía y su sociología. Quiso reencontrar la fe, debilitada por la tragedia, en la tierra sufrida y el árbol sarmentoso de las horas estivales y el jardín mustio por la huida de los hontanares. Era una renovación del valor tungurahuense y un llamamiento de fraternidad a los hermanos de la patria para decirles: venid hermanos, que todavía hemos quedado en pie, el volcán, el árbol y el hombre”. (O)

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