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El Telégrafo

Canasta de manzanas “emilias”

01 de julio de 2012 - 00:00

Hace unas semanas, mi suegra, desde Ambato, me encomendó  una canasta de manzanas “emilias” para una amiga suya en Baños. Me olvidé de entregarlas y preparando la cena me percaté de su presencia en mi cocina.

Tomé una, la olí y me trasladó a la infancia cuando mi abuela Margarita en Riobamba nos daba -en las noches de fiebre- colada de esta variedad para poder dormir, lo cual en efecto pasaba y ya sentados en la cama nos daba unos cuantos bocados que equivalían a un potente y delicioso somnífero.

El pensamiento se me fue para Bayushí -tras del Tungurahua- tierra del “vino de manzana”, famoso porque se bebía alegremente en largas jornadas sin sentir ninguna embriaguez, hasta que con una sonrisa en la boca y copa en la mano, uno  se clavaba de nariz en la mesa totalmente inconsciente.

Olvidando el encargo de entregar las “emilias” no resistí la tentación, tomé varias y las corté en rodajas cóncavas que rellené con mantequilla, azúcar y las horneé. Cuando llegó la familia el olor era irresistible y fue toda una fiesta deleitar un sabor perdido en el tiempo para nosotros, pero nuevo y fascinante para nuestras hijas.

Con la desquiciante importación de manzanas chilenas, todas las variedades de manzanas que tenía cada provincia serrana están desapareciendo, al igual que muchos sabores locales, como las fresas, duraznos, uvas, chirimoyas, claudias, peras,  hoy casi en su totalidad importadas. Y qué decir de los desaparecidos mirabeles o membrillos.

Según la teoría de los “kilómetros alimenticios”, para evitar el sobrecalentamiento del planeta y tener una alimentación sana y respetuosa con el medio ambiente, debemos consumir principalmente lo que se produce y procesa 160 km alrededor del sitio que vivimos o visitamos -esencia del nuevo turismo- y debe ser orgánico, local y comercialmente justo.

Importar frutas que en un 90% son agua, desde tan lejos, es un suicida aporte al calentamiento global, pues son millones de barriles de búnker que se queman en su traslado, pero es también un crimen contra la identidad, el turismo  y economía local que ven cómo sus frutales dejan de ser rentables y desaparecen ante la invasión de frutas extranjeras.

Así que encontrar una canasta de manzanas “emilias” fue un tesoro que disfruté, pero que pagué caro, pues quien debía recibirlas reclamó y mi suegra me exigió que las devuelva, tanto buscar y por fortuna las encontré en Pelileo, a precio elevadísimo y restituí el delicioso encargo a una anciana que también añoraba este viejo sabor ecuatoriano imposible de reemplazar con la antiecológica manzana importada.

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