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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Cambiando el comportamiento humano

23 de abril de 2015 - 00:00

Todos quisiéramos vernos como los arquitectos elegidos para construir nuestro futuro, para lo cual deberíamos tener cuidado en la forma como modelamos nuestras decisiones, seleccionando el entorno donde desenvolvernos y a través de la experiencia que ganemos.

Desde nuestros padres, jefes, autoridades (especialmente las elegidas por voto popular) hasta los más altos líderes piensan que la gente se motiva por las grandes metas y visiones: un gran plan de retiro (ahora que el IESS está en crisis), llegar a tener un cuerpo escultural (las chicas lo llaman ‘cuerpo bikini’), lograr una relación personal o sentimental extraordinaria, salvar la ecología del planeta. Todos anhelamos estas cosas.

De hecho, es difícil imaginar a alguien que no quiera que su vida esté llena de estos grandes logros. Entonces, ¿por qué somos tan malos en dar los pequeños pasos para alcanzar estas grandes metas? Algunos piensan que es porque no sabemos qué hacer. Si este fuera realmente el caso, la solución sería muy simple: nos deben dar las instrucciones y la información necesarias. De esta manera, si le decimos a la gente cómo conservar la energía, perder peso o ahorrar dinero, todos podríamos alcanzar estos objetivos. Y esta es la forma estándar como se pretende promover el cambio del comportamiento humano. Solamente hay un problema: no funciona.

Se han implementado muchos programas de capacitación financiera que trataron de ayudar a la gente a ahorrar dinero, usando el modelo: ‘deles la información y ellos tomarán la correcta decisión’ durante décadas. Les dan aplicaciones que muestran cuánto podrían haber ahorrado si hubieran tomado las decisiones adecuadamente distintas (un ejemplo son  las críticas de la oposición al Gobierno por su forma de invertir). Les enseñan unos hermosos cuadros y diagramas que muestran cuánto gastan en costosas tazas de café cada año, lo que pudo haber sido invertido en su bienestar futuro.

Eso simplemente no incrementa el conocimiento disponible de la gente acerca de su vida financiera que les pudiera ayudar a tomar mejores decisiones. El resultado es sorprendente y, de alguna manera, depresivo.

Dan Ariely, mi autor favorito y muy irreverente en temas administrativos, dice que mirando 200 programas de entrenamiento para mejorar el conocimiento financiero y fomentar el hábito del ahorro en los individuos, solamente el 6% mejoró su comportamiento. Dado el tremendo empeño y costo que se pusieron en estos programas, el resultado fue desalentadoramente bajo. Más aún, estas intervenciones fueron menos efectivas en la gente que verdaderamente necesitaba de ayuda: gente de más bajos ingresos. Y lo que es peor, su efecto se fue desvaneciendo en el tiempo.

Manejo desde hace quince años una cooperativa de ahorro y crédito, y he visto lo inútil de los programas teóricos de capacitación para manejar el presupuesto familiar e individual, evitar el endeudamiento compulsivo y motivar el ahorro. ¿Y qué pasa en otros entornos? Pues es igual de ineficiente dar información para mejorar el cuidado de la salud o para proteger el medio ambiente. Creo que este es un tema en el cual debemos ser mucho más creativos e innovadores para lograr un cambio del comportamiento humano. (O)

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